Deliberadamente cursi, aunque por desgracia, a veces solamente es cursi por accidente. Quizás nuestra única justificación para acompañar a Spivet en su dilatado viaje (la película llega a ser tediosa), sea la poética visual de artesano que propone Jean-Pierre Jeunet: el preciosismo fotográfico es magníficamente distendido y hasta los pasajes más aburridos son bellos. Siempre podemos hacer trampa y adelantar el filme unos minutos, o tomarnos un receso (película andando), para merendar algo, y así saltarnos algún que otro minuto innecesario. No está realmente buena, pero tiene demasiado encanto como para poderla ver y, entre bostezo y bostezo, varias sonrisas legítimas.