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Voto de Patrick:
8
Drama El duque de York se convirtió en rey de Inglaterra con el nombre de Jorge VI (1936-1952), tras la abdicación de su hermano mayor, Eduardo VIII. Su tartamudez, que constituía un gran inconveniente para el ejercicio de sus funciones, lo llevó a buscar la ayuda de Lionel Logue, un experto logopeda que intentó, empleando una serie de técnicas poco ortodoxas, eliminar este defecto en el habla del monarca. (FILMAFFINITY)
2 de enero de 2011
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Discurso del Rey es un filme que muestra un aspecto peculiar de la figura de un rey: tartamudea cuando se pone nervioso, cuando una situación le supera. Y, por desgracia para él, las situaciones le superan en muchas ocasiones. ¿Cómo un hombre tan excelentemente formado para tal puesto puede limitarle tantísimo la palabra? Tom Hooper sabe sacarle partido a este hecho, y lo hace de forma impecable. El cine consiste en arrancar miradas, para luego devolverlas, y en este viaje, más bien odisea, muchos directores y guiones se pierden por el camino. Esto no ocurre en El Discurso del Rey. Los 118 minutos de metraje son ágiles, donde el lenguaje cinematográfico se convierte en una de las grandes virtudes del filme. Los actores están perfectos, sobrios, destacando a Colin Firth (Duque de York y Jorge VI) y sobre todo Geoffrey Rush (Lionel Logue, el terapeuta de problemas del habla o el Dr. que no es Dr.). El metraje destila veracidad, es decir, destila realidad y verdad, consigue atrapar al espectador de una forma casi inesperada. La empatía del espectador y el Duque de York, por otra parte, se hace imprescindible. Esto es, la mirada del espectador sufre, se agobia, ríe y se congracia con un hombre cuyo destino ha querido que sea rey, pero que no deja de ser un hombre. Esas contradicciones entre el envoltorio que persigue a la vida de un miembro de la realeza y él mismo como persona, igual que cualquier otro de su especie, se observan en la película de forma cristalina. Por último, solo nombrar por encima que las escenas interiores en la abadía de Westminster, algunos planos picados y algún excepcional travelling reafirman la calidad fílmica a todos los niveles de esta película. Cuando la ficción te atrapa y consigue que lo que se mira sea verdad, cuando la ficción se convierte en realidad, una realidad que se esfuma en el momento en que la pantalla funde a negro, se hace el milagro. Es el gran milagro del cine, y en el Discurso del Rey se produce tal hecho.
Patrick
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