Sinceramente: ¿Qué más se podía esperar de una película que es la secuela de un bodrio defecado a la rápida para colgarse del nombre de una cinta que ni siquiera es una de las mejores de Spielberg? Todo lo que define a una película se va al carajo en esta obra audiovisual de categoría ya no Z, sino Omega, desde las actuaciones semi-amateur hasta los efectos especiales que parecen hechos en una Atari, el trabajo de cámara digno del peor aprendiz de Tony Scott, y para qué hablar de la historia; el guión da la impresión de haber sido reescrito a la rápida en varias ocasiones y a ratos no se puede seguir (eso, o ya había llegado al punto en que ya no me interesa hacerlo). Que haya gente que se gane la vida con estos subproductos no es vergonzoso sino inmoral.