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Voto de el pastor de la polvorosa:
8
Documental El viaje que hace Oskar Alegria lo lleva tras la casa en la costa vasca donde vivió Man Ray, y donde filmó una película llamada Emak Bakia. Pero lo que impulsa a Alegria no es tanto “documentar” sino “explorar”, y es así que al sumergirse en las huellas de (Super)Man Ray lo hace como un buzo del cine; como alguien que explora en las profundidades, en lo que no se ve desde la superficie, trayendo algo lejano pero completamente nuevo. (FILMAFFINITY) [+]
19 de diciembre de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Enterremos nuestros prejuicios y dejémonos llevar, parece decirnos la primera imagen de esta película, en la que el mar y el cielo aparecen invertidos: nuestros prejuicios genéricos (¿narración o documental, cine o videocreación?) o de denominación de origen (esa tan denostada entelequia que se conoce como “cine español”), y que tales ramas no nos impidan ver la belleza de este bosque.

Para aquellos que precisen una definición genérica, esta película ofrece, a mi juicio, un parentesco inequívoco con las narraciones contaminadas de ensayo y poesía de Enrique Vila-Matas. En el ámbito del cine, podemos encontrarle paralelismos con obras como Los espigadores y la espigadora de Agnes Varda, o con algunas de Guerín; en el coloquio con el director que siguió a la proyección a la que asistí en la filmoteca, un miembro del público apuntó también a Mapa, de León Simianini (que no he visto).

Siguiendo con las convergencias, la preocupación por las palabras que desaparecen (en la poética de la película, lo que nadie nombra es como si hubiera dejado de existir) me recuerda a la glosa del diccionario de esloveno antiguo del hermano ausente que recupera el narrador de La repetición, de Peter Handke -otra narración en el límite de la novela convencional.

El director comentaba en el coloquio que, desde su punto de vista, el documental dura hasta el minuto 7. Entonces aparece un guante de plástico de supermercado arrastrado por el viento: el periodista se convierte en poeta, y decide seguirlo. El resultado de su rastro es, metafóricamente, la película.

Esta se construye a partir del rodaje de la búsqueda de la casa denominada, en euskera antiguo, Emak Bakia, situada en los alrededores de Biarritz, en la que Man Ray rodó en los años 20 una película con ese título. Su curso se inspira en la libertad del surrealismo, pero sin abandonarse a sus limitaciones, que resume tan bien la frase de Claudio Rodríguez: “el soñar es sencillo, pero no el contemplar”.

Pues bien, Oskar Alegría demuestra aquí que es un poeta capaz de contemplar, además de soñar, y su película posee un encanto naïf quizá impropio de nuestros tiempos, en los que estamos tan de vuelta de todo.

Me doy cuenta de que he repetido ya varias veces la palabra poesía, de la que se ha abusado en la crítica hasta el punto de que apenas significa ya más que una forma de elogio trivial; así que quiero aclarar que la utilizo en el sentido que expresa, precisamente, Vila-Matas: “El poeta no es un tipo que escribe poemas. El poeta es el que busca y descubre lo que hay oculto detrás de la realidad o de una situación. El poeta revela.”

El final es triple (que nadie se vaya antes de que terminen los títulos de crédito), y nos muestra una triple resurrección: los fantasmas del pasado, del deseo, cobran vida, recuperan su ser.

Veo en la película un mensaje de esperanza: el cine puede influir en la realidad, para mejorarla.

Y también una inspiración: la realidad es poética; sólo nuestra mirada prosaica nos impide reconocerla como tal.

Termino con unas líneas de Ida Vitale, que leí (casualmente) poco después de verla, y que evocan para mí el regusto que deja la película:

“El azar, ese dios extraviado
que libra su batalla, fuego a fuego,
no está sólo escondido en la catástrofe;
a veces un gorjeo lo delata
y sobornado, entonces
admite durar un poco en la alegría.”
el pastor de la polvorosa
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