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Críticas 144
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
17 de marzo de 2015
106 de 113 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fuerza mayor se abre con la imagen de un lujoso urinario: emblema de un mundo en el que el lugar del excremento se ha transformado, como ya intuyó hace mucho tiempo Marcel Duchamp, en una fuente. Pero el director, Ruben Östlund, no se conforma con esa visión idealizada de la realidad, y mediante una serie de explosiones controladas sacará a la luz los trapos sucios de una adinerada familia sueca, en apariencia feliz y modélica.

La idea de partida es magnífica, y su desenlace resulta intrigante y sarcástico (en mi opinión: ver spoiler), pero el desarrollo no me convence tanto: el ritmo decae, todo resulta demasiado explicativo, y acaba dejando la sensación de cosa ya vista: la sombra de Bergman o Haneke es alargada. El rasgo distintivo que ofrece esta película frente a ese cine que trata de transmitir, antes que ninguna otra sensación, la de vergüenza ajena, es que la mala uva viene aderezada con un humor nórdico un tanto espectral.

Algunos rasgos de ingenio (las apariciones del empleado del hotel, que asume el papel del espectador, o la escena en que el protagonista y su amigo están a punto de ligar en la cafetería de la estación de esquí) no logran que el conjunto cobre vuelo por encima de su punto de partida. Así, el placer que produce ver la película es menor que el de hablar sobre ella a la salida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Si he dicho que la película resulta demasiado explicativa, el final es deliberadamente muy abierto, como si el director dejara la última palabra a nuestros prejuicios. Para empezar es doble. El primer final es irónico o fantástico: después de tocar fondo Tomas se redime rescatando a su mujer Ebba (aunque para ello tenga que abandonar a sus hijos en medio de una niebla que parece engullir metafísicamente a unos seres que carecen de sustancia), en unas circunstancias sobre las que no se nos ofrece ningún detalle.

El segundo final, que tiene lugar en un trayecto en autobús por una carretera de montaña llena de curvas, muestra la incapacidad de otro hombre, el conductor del autobús, que no es que fracase como héroe sino que es incapaz de hacer su trabajo con un mínimo de eficacia: esta situación provoca la ira nerviosa de Ebba. Cuando ella fuerza la detención del autobús y se baja, dando lugar a una situación que objetivamente no es de fuerza mayor, que carece de peligro inminente, el amigo de Tomas reacciona como un héroe de sainete pidiendo que se deje bajar primero a mujeres y niños... De ese modo, la reacción de Ebba se equipara, en la mente de los dos amigos, a la huida de Tomas en el momento de la avalancha, y este ya tendrá algo que responder si a ella le diera por seguir contando aquella historia en sociedad. Cuando se da cuenta de ello al cabo de un rato de caminar por la carretera, acepta un cigarrillo que le ofrece otro pasajero como si acabara de echar un polvo.
18 de agosto de 2013
56 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un artista se identifica por sus renuncias, tanto como por sus elecciones, y la estética de Bresson se basa, ante todo, en negaciones: la psicología, la interpretación, todo aquello que pueda llamarse teatro.

Con el paso del tiempo, esta estética se hace cada vez más radical: Bresson afila su estilo con un rigor que está más allá de todo deseo de agradar. Los recién llegados deberían ver Lancelot du lac como un ejercicio de tolerancia: no tenemos por qué compartir la sombría visión del mundo de Bresson, ni de simpatizar con sus ideas, para disfrutar la película. Quizá sólo debemos poner entre paréntesis nuestras propias ideas preconcebidas sobre lo que debe ser el cine; por supuesto, y afortunadamente, hay otras muchas formas diversas de concebirlo, pero ningún cinéfilo puede permitirse el lujo de ignorar a Bresson.

Lancelot du lac parece transcurrir en el más cruel de los meses: se centra en los últimos libros del ciclo artúrico, que narran su muerte y el ocaso del reino a manos del traidor Mordred. Bresson renuncia a los filtros románticos o modernizadores, a Tennyson y el prerrafaelismo, a E.H. White y el cómic. Su Camelot no es un castillo de cuento de hadas, sino una morada tenebrosa. La violencia no es presentada con fines estéticos, sino como violencia.

La austeridad de su procedimiento narrativo, la opacidad propia de un autor que renuncia, por principio, a penetrar en el misterio de otro ser humano y sólo refleja su apariencia exterior, encaja como un guante en este retrato oscuro y nihilista de los remotos habitantes del mito. Al igual que no pretende hacernos soñar, Bresson tampoco trata de instruirnos, de que comprendamos todo: las reglas del amor cortés, de los torneos, son incomprensibles para nosotros, que vivimos en un mundo totalmente diferente al de Chrétien de Troyes, al de los anónimos autores de la Vulgata artúrica.

De este modo, la narración no es funcional, y la historia, bien conocida, se presenta de forma oblicua y elítptica. A través de ciertos detalles visuales o sonoros, Bresson nos coloca como intrusos en ese mundo que no nos pertenece, un mundo muy anterior a la invención del cine (o cinematógrafo).

Las repeticiones de gestos (las celadas que se cierran, el choque de las lanzas, los ojos y cascos de los caballos) disuelven el relato en una musicalidad minimalista. Las más bellas palabras de amor que acaso se hayan escuchado en el cine francés desde Les enfants du paradis son dichas con tono inexpresivo, con una rapidez que impide el paladeo romántico, pero no la emoción.

Por el contrario, la emoción se acrecienta con la distancia: como en el amor cortés, la sustancia de la película parece convertirse en el objeto de un deseo imposible, que justo cuando parece que va a entregarse se repliega en un abstracto ritual de gestos y miradas, y se nos escapa nuevamente de las manos.

Como la reina Ginebra encarnada en Laura Duke Condominas, sobre la que sólo acierto a decir en voz baja, como Lancelot, como Robert Walser: “Sólo acerté a decir en voz baja: ¿Se trata de un castigo o de una recompensa, debo sentirme más rico o un completo miserable, y es de veras algo estrictamente humano, de verdad que no es una diosa descendida del universo, eso que miro y veo con los ojos más inútiles y más indignos que jamás han existido, con estos ojos como platos que se sumen en la ceguera?”
1 de noviembre de 2015
45 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última película de Naomi Kawase narra una historia muy simple, casi una fábula, sin ninguna complejidad intelectual; demanda un espectador sin prisas, que no se interese únicamente por la acción narrativa y sea capaz de sumergirse en unas imágenes muy alejadas de las normas de la composición clásica (normas que tienden a resaltar lo importante frente a lo que no lo es).

Para la protagonista de esta historia, la anciana Tokue, nada es suficientemente pequeño; considera que todos los seres, incluso los más modestos, tienen una historia que contar. Y por eso es también capaz de escuchar a los humanos, aunque estén encerrados en la soledad y el silencio, como les ocurre a los otros dos protagonistas, que completan una especie de cuadro de “las tres edades”.

La película podría verse, poéticamente, como una versión postmoderna de las historias japonesas de fantasmas; fantasmas que entrelazan sus deseos con los de los vivos y se mezclan en su realidad prosaica de una forma similar a la que lo hacen, de forma efímera, los cerezos en flor.
24 de mayo de 2016
39 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la primera imagen de "Right now, wrong then" vemos a una chica cruzando el umbral de un palacio antiguo que muestra en su fachada el "taijitu", el diagrama del yin y el yang; un brusco reencuadre nos muestra que esa imagen era en realidad subjetiva: nuestra mirada se superponía con la de un hombre que está mirando a la chica. Luego sabremos que ese hombre (Jeong Jae-yeong) es un director de cine que ha acudido a una ciudad de provincias a presentar una película, pero se ha equivocado de día y no tiene nada que hacer durante el resto de la jornada.

Al cabo de un rato, decide entrar él también en el palacio, donde en un patio llamado “de las bendiciones” encontrará a la chica después de echar una cabezada, como un sueño materializado.

La leve y geométrica trama se desenvuelve en torno al posible ligue del director. Con más o menos timidez y temor al ridículo, estas cosas suceden igual en todas partes: él invita a la chica a un café; luego ella lo lleva al taller en el que pinta; él la invita a un restaurante, donde bebe más de la cuenta y trata de que ella haga lo mismo; y ella lo lleva a una reunión con un grupo de amigos; finalmente, él la acompaña a casa, donde ella vive con su madre que la espera bajo la sombra de una gran figura dorada del Buda (según wikipedia, la ciudad de Suwon, en la que la acción tiene lugar, es conocida tradicionalmente en Corea como la “ciudad de la piedad filial”); al día siguiente, asistimos a la presentación de la película por parte del director, y a su marcha de la ciudad.

Entonces la película se interrumpe y vuelve a comenzar: vemos de nuevo el título y la música que lo acompaña; Kim Min-hee vuelve a entrar al palacio, nuevamente seguida por la mirada de Jeong Jae-yeong; aunque el plano es ahora ligeramente distinto, asimétrico. La segunda parte es como la segunda estrofa de un poema que mantiene los elementos de la primera, con sutiles variaciones en los diálogos, situaciones, puntos de vista... El primer cineasta que repitió una misma escena en diferentes versiones fue Ingmar Bergman, al final de "Persona", que se estrenó hace ahora 50 años: el procedimiento dista, por tanto, de ser nuevo, pero el cine ha avanzado tan poco desde entonces que sigue llamando la atención.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Algunas variaciones parecen esenciales: la más evidente se encuentra en la actitud de los personajes. Si en la primera parte el director se muestra como un ser vanidoso y lleno de fingimiento, en la segunda predomina la sinceridad –no una sinceridad profunda ni socialmente correcta, puesto que nace en gran medida del tiempo libre y el consumo de "soju" (el licor tradicional coreano), pero al menos no filtrada para dar una apariencia más favorable de sí mismo.

También es importante la variación que se produce justo antes de que tenga lugar el encuentro entre los dos personajes, en el “patio de las bendiciones” del antiguo palacio: en la segunda parte, el momento de calma es más largo, y está acompañado por la música que suena con la doble aparición del título de la película; igual que la primera vez, todo lo que sigue podría ser un sueño –pero un sueño tranquilo y prosaico, sin estridencias surreales.

Aunque la película se comprende perfectamente sin necesidad de estas referencias, añadiré a modo de curiosidad que los filósofos coreanos seguidores de Confucio forjaron complejas teorías sobre la naturaleza humana basadas en la oposición complementaria del yin y el yang, los “cuatro principios” y las “siete emociones”. Respecto de los cuatro principios, Mencio dejó escrito: “El sentimiento de compasión es el principio de la humanidad; el sentimiento de vergüenza y descontento es el principio de la virtud; el sentimiento de respeto y modestia es el principio de los buenos modales; y el sentimiento de lo que está bien y lo que está mal es el principio de la sabiduría.”

"Right now, wrong then" deja la impresión de una profunda sabiduría: el carácter improvisado, siempre a punto de romperse, de la relación entre los personajes se transmite al estilo de la película, construida en planos largos que dan campo a los actores para desplegar su fantasía gestual: el movimiento de las manos de Jeong Jae-yeong, que parecen tener vida propia, o la curvatura de la espalda de Kim Min-hee, protagonista de una misteriosa coreografía. Los cuerpos se expresan con claridad, pero las palabras son equívocas: sin que nada esencial cambie en los acontecimientos, ellas determinan significados muy diferentes desde el punto de vista de los principios.

Al mismo tiempo podemos pensar que es quizá el propio proceso de grabación, con sus pruebas y errores, el que inspira la forma final de la película, que contiene dos versiones igualmente logradas desde el punto de vista estético, cuya suma crea una especie de cuento moral.

El desenlace es muy diferente: mientras que en la primera parte la chica no acude a la proyección, en la segunda sí lo hace y se convierte en la protagonista de la escena; en la versión "correcta", la espectadora es más importante que el director. La sala de cine, con sus butacas rojas, aparece como la versión moderna del “patio de las bendiciones”. El cine permite las segundas oportunidades que la vida no proporciona.
7 de enero de 2013
33 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Brillante artefacto postmoderno, bella pompa de jabón que no acaba de estallar a lo largo de su deriva de múltiples reflejos, mezcla de folletín en la estela de Los misterios de Paris y videojuego, de álbum pop de concepción unitaria (como sugería José Luis) y sucesión de números de circo, Holy motors ha conseguido concitar la fascinación y el desprecio más absolutos, como puede observarse mediante un simple vistazo a las críticas presentes en esta página.

Dentro de esta dialéctica de adoración y odio tan extremos en que se inscribe la recepción de la película, ¿es posible una síntesis que no caiga en la tibieza?

Una de los rasgos de la película es la sorpresa permanente, así que continúo más abajo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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En mi opinión, la película brilla en sus partes más lúdicas: la captura de movimientos de carreras y una danza erótica circense en la fábrica de diseño de videojuegos, o el episodio que culmina en la pietá jodorovskiana (como decía Raquel) de Monsieur Merde y Eva Mendes; y decae en las que fingen ser más profundas o melodramáticas, como la escena con la hija que vuelve de la fiesta (que parece una parodia de la auto-ayuda), la del moribundo y su sobrina-esposa coja (¿referencia a Tristana?), y la final, especialmente.

La tensión entre forma y contenido se resuelve siempre a favor de aquella, una elección que podemos analizar brevemente a partir del episodio de los almacenes Samaritaine: la historia de la pareja que se reencuentra casualmente está sólo esbozada, limitada a una serie de referencias triviales sobre su pasado, sin tiempo (se diría que irónicamente) para que puedan siquiera explicarse entre ellos. Pero todo esto parece una limitación programática, para que la intensidad del reencuentro pueda expresarse formalmente a través de la suntuosa escenografía de los almacenes ruinosos con restos de maniquíes descabezados, de las panorámicas nocturnas de París enmarcadas por las grandes letras de la azotea del edificio, de la canción de Neil Hannon, a un tiempo emotiva y autoirónica, o del movimiento de grúa que asciende brutalmente a lo largo de la galería hasta el rostro de Kylie Minogue (un gesto operístico).

El problema que da lugar al desprecio de algunos, desde mi punto de vista, es que la película como conjunto no termina de cerrarse más que de forma autorreferencial, de modo que su contenido parece limitarse a una terapia personal del director (apartado del cine, supongo que por ausencia de financiación, durante un periodo de casi 20 años, salvo breves irrupciones): es una metáfora de la creación hecha por alguien desengañado de la industria y del público del cine, que expresa este desencanto con una peculiar mezcla de sarcasmo, superioridad y autocompasión. Su humor, muy presente, es flaubertiano, el de alguien que dedica buena parte de su obra a evocar la estupidez universal.

Y la película se plantea como un desafío casi insultante en este sentido, en la que el director parece decirnos a cada espectador: o estás conmigo hasta el final o, de lo contrario, soy yo el que está contra ti. (Esta animadversión ha sido captada perfectamente por los que la puntúan con 1 estrella.)

LeOS CARax, en mitad del camino de la vida, se pregunta a sí mismo: si la gente va a las salas a dormir, si ya nadie quiere acción... ¿por qué empeñarse en esta tarea tan exigente, que casi acaba con la vida propia del artista y no le concede ningún descanso, ningún reconocimiento?

Por la belleza del gesto, responde el protagonista, Monsieur Oscar, alter ego del director-transformista; aunque nadie lo vea.

Y la película nos ofrece, más allá de su discutible planteamiento, un brillante desfile de bellos gestos y poderosas imágenes, y por aquí enlazamos con su capacidad de fascinación.

Ejemplo de cine de autor en el sentido más egocéntrico de la expresión, molestará a los que no soporten estas formas de exhibicionismo, o a quienes demanden un contenido a la altura de la forma; y entusiasmará a los hijos, naturales o adoptivos, de la cultura pop, que hayan superado el anhelo de trascendencia en su relación con el placer estético.
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