Haz click aquí para copiar la URL
Voto de el pastor de la polvorosa:
8
Palms
1994 Rusia
Documental
7,9
73
Documental Aclamado y duro documental que ganó varios premios en diferentes festivales. El director Aristakisian se dirige a su hijo no nacido para explicarle un camino de salvación y de libertad aunque sea a través del sufrimiento y la privación. (FILMAFFINITY)
23 de abril de 2015
16 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ladoni, primera y anteúltima película dirigida por el moldavo de padre armenio, madre judía y escuela soviética Artur Aristakisyan, representa una experiencia-límite por su forma de mirar el dolor de los demás (según la expresión de Susan Sontag). Nos enfrenta a lo que no queremos ver, y lo hace con imágenes que sólo cabe calificar como justas. El mayor acierto del cineasta es encontrar un tono adecuado para representar lo irrepresentable, sin caer en la compasión de buen tono ni en la rapiña de los parias que se adorna con ropajes de denuncia.

Como un tríptico medieval, la película tiene tres elementos: en el centro están las imágenes documentales, filmadas en blanco y negro con mucho grano, que representan a mendigos, una familia de ciegos que piensa que todas las demás personas también lo son (el hijo adolescente piensa además que él y su padre son los únicos varones y que los demás humanos son mujeres), una mujer que espera tumbada en el suelo la segunda venida de Jesucristo, niños que se bañan en un estanque de aguas residuales, personas con miembros amputados, un niño de aspecto andrógino que toca la flauta mientras una mujer lo pasea sobre una silla de ruedas, un hombre que duerme rodeado de palomas, otro enfermo del síndrome de Diógenes… Todos ellos malviven en un suburbio de Chisinau (Kishinev), la capital de Moldavia.

En uno de los lados del tríptico, la voz en off del autor recita un comentario con voz despaciosa, en el que resplandece la bella sonoridad de la lengua rusa; pero un comentario que parece escrito por un profeta anacrónico, que apunta a una moral más escandalosa que las mismas imágenes; en el otro lado, el Dies Irae del Requiem de Verdi (una música que nos remite a otro cineasta singular de la extinta URSS, el armenio Artavd Pelechian).

Ladoni se divide en dos partes, que se inician con las escenas del martirio de los cristianos de la adaptación de Quo Vadis? rodada en 1913 por Enrico Guazzoni (de la que se cuenta que, durante el rodaje, un león se comió a un extra), sugiriendo que los desheredados de la sociedad que protagonizan el resto del metraje son nuestros modernos mártires. Las imágenes de estos están intercaladas con otras de demoliciones de edificios.

La longitud, el efecto acumulativo, distinguen esta película de antecedentes como Las Hurdes de Buñuel o La casa es oscura de Forough Farrojzad.

El discurso sonoro, que incluye citas de un poema de Naum Kaplan (autor del que nada he encontrado en internet), lo dirige el narrador a su hijo aún no nacido, aún en el vientre de su madre, como una forma de enseñanza ética para su futuro que puede resumirse en el siguiente silogismo: si existen los desheredados (y la película demuestra que sí existen, y esboza algunas de sus terribles historias), es insoportable alinearse entre los triunfadores. “Si el sistema logra, en el arañazo del tiempo, separar a la gente en los que son útiles y los que están condenados, entonces un crimen.... no tendrá ninguna diferencia con la legalidad.”

El narrador, cuya lógica rigurosa y lunática parece sacada de la cabeza de algún místico de Dostoyevski, no aspira a mejorar las condiciones de vida de las gentes que retrata, sino que se limita a sugerir que la única salvación posible es llegar a ser uno de ellos: “Hijo mío, no te conviertas en activista de los derechos humanos. No te dejes influir por cómo arriesgan sus vidas. Arriesgar la vida es una cosa, pero en qué se convierte la vida es otra completamente distinta.”

Quizá no se debería decir mucho más de una película como esta, cuyas referencias al “sistema” me han recordado las palabras de Nathanael Hawthorne: “En la aparente confusión de nuestro misterioso mundo los individuos se ajustan con tanta perfección a un sistema, y los sistemas unos a otros y al todo al que pertenecen de tal modo que, con sólo dar un paso a un lado, cualquier hombre se expone al pavoroso riesgo de perder para siempre su lugar en el mundo y convertirse, como Wakefield, en apátrida del Universo”.

Texto publicado en: https://navegandohaciamoonfleet.wordpress.com/
el pastor de la polvorosa
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow