Si atendemos a los títulos de crédito del principio, con letras multicolor, cancioncilla romántica y alegre desarrollo, el debutante Gerd Oswald pretendía hacer una comedia romántica y vivaracha. Pero enseguida vemos, por culpa del papel de la pobre Joanne Woodward, que nos encontramos con un thriller de arribista que no duda en asesinar para cumplir sus objetivos. Pena la inconsistencia del guion, con demasiadas casualidades, porque el filme es un lujazo de color, cinemascope y bellos protagonistas, sobre todo una Virginia Leith que mereció mejor suerte cinematográfica y un delgadísimo y muy atractivo Robert Wagner ofreciendo su cigarrillo a sus desgraciadas amantes.