El problema que identifico en esta película suele estar en boca de muchas personas que la han visto. Ante unos planos cuyos colores, estética y fotografía son simplemente maravillosos, el director nos presenta un argumento bastante mediocre. He de confesar que en varias ocasiones dejé de prestar atención a los diálogos (la trama no me interesaba mucho) para concentrarme en el espectáculo pictórico que estaba contemplando. Cada escena es un cuadro. Y esto hace que se pueda introducir la reflexión sobre si la historia narrada nos parece tan sumamente frívola porque la vemos compitiendo con el carácter de auténtico esteta que posee el director. En otras palabras, nos preguntamos si las imágenes subyugan tanto al espectador que este no puede ni prestar atención a la historia, ni sumergirse en ella, ni tan siquiera apreciarla. Personalmente no opino así (quien ha dado este punto de vista es el escritor de las memorias tempranas de Wes Anderson y defensor a ultranza de su cine). Considero que este filme es un pequeño patinazo en la carrera del realizador debido a lo plano y vacío de la sinopsis: es de sobra conocido que una película puede ser altamente estética y presentar una historia conmovedora.


Sin embargo, no he podido evitar puntuarla con un notable debido a la fotografía, que como he dicho antes, es una auténtica gozada.