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España España · Badajoz
Voto de Weis:
5
Intriga. Terror Lara es la presentadora de un programa de radio, 99.9, sobre fenómenos extraordinarios. Una noche, mientras se encuentra frente al micrófono, recibe la noticia de que Víctor, un viejo amigo, ha muerto en extrañas circunstancias en el cementerio de un pequeño pueblo. (FILMAFFINITY)
6 de febrero de 2013
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Agustí Villaronga se ha ganado desde los principios de su filmografía, por méritos propios, la etiqueta de cineasta de culto independiente y, en cierto modo, maldito pues su cine constituye una desencadenada euforia por los temas escabrosos y transgresores que trata, servidos con una cuidada visceralidad estética que le ayudan a crear un singular universo personal.

En cuanto a ‘99.9’, no sería sorprendente ni alarmante que dicho título hubiera virado 180º sobre sí mismo, por capricho de los guionistas, y se hubiera renombrado como ’66.6’, pues existe una contrastada seguridad de talento perverso y demoníaco bajo la oscuridad de un cineasta especialmente dotado para la creación de atmósferas turbias y malsanas, algo que ya puso de relieve con ‘Tras el cristal’, película que revela la condición humana más soterrada desde los delirios y pulsiones más profundas y oscuras del deseo.

’99.9’, por lo tanto, es una obra fuera de tiempo, alejada de modas y filias comerciales. Rara avis en la que se mezclan el drama macabro con las historias de fantasmas, donde la miseria moral y el dolor por el vacío hacen más estrecha la comunión entre el mundo de lo tangible y el mundo de las sombras. Villaronga utiliza el medio radiofónico para ejercer sobre él un ejercicio profundo de transmutación hipnótica y trazar sobre su relato un aura de misterio insondable ante la búsqueda de imágenes físicas, aquello de lo que carece el medio, que guarden relación con una voz y unas palabras.

Villaronga actúa como reflexivo pensador de esta carencia y nos incita, más aún si cabe tratándose del soporte radiofónico, a sumergirnos en el mundo de lo extraño, el universo de la creación de imágenes mentales como base gnoseológica, para escudriñar aquello que no puede ser visto y analizar de manera exhaustiva la infinidad de espíritus, fantasmagorías y monstruos que pueblan los relatos de nuestras vidas y que caprichosamente penetran en nuestro mundo tangible y en las esferas irracionales de nuestra conciencia.

Este ejercicio de proto-entelequia reflexiva hacia la radio está subrayado por el talentoso estilista atmosférico Javier Aguirresarobe en la dirección de fotografía, un tipo que, particularmente en 99.9, da rienda suelta a su faceta más experimental con una insólita obsesión por el juego de luces disfuncionales y sombras surreales. La película está salpicada por un alto contraste cromático, entre el azul plúmbeo de un anochecer y los tonos ocres, que realzan la propuesta en su vertiente más misteriosa y mágica.

Sin embargo, lo que más podría llamar la atención de 99.9 y, por extensión, del cine de Villaronga en su conjunto es la eterna lucha creativa que le divide en dos mitades, en dos personalidades bipolares, como guionista y como director. Esta película es un auténtico festín visual por la nausea del realizador catalán para que las imágenes sean absorbentes, imágenes que magnetizan, que conectan y te atrapan en su intrincado universo oscuro. También son ágiles, dado el dramatismo explícito habitual en él. Por supuesto son misteriosas, porque el género utilizado es el de misterio y no el de suspense. El primero apela a las emociones mientras que el segundo a las reflexiones. Su particular impronta visual posee un fuerte carácter simbolista donde muestra la transfiguración de la realidad por medio de diversas observaciones y descripciones del fluir de la conciencia, máxima representación de su estilo.

Sin embargo, digo, las intenciones de su estética chocan frontalmente con sus pretensiones de guionista. Como tal, haciendo honor al género, busca el efectismo y el retorcimiento melodramático así como la tendencia al diálogo rezumante de impostura. Aquí, como consecuencia, se genera la antítesis como director, perteneciente a un mundo de expresividad opuesta que conduce su historia hacia lo estático, lo sugerido, el silencio. Como director comuna a la perfección con la simbología del instrumento radiofónico porque se encauza hacia lo que no es obvio, hacia la ausencia, la búsqueda de las miradas, las sospechas, los pensamientos y los deseos más reprimidos. En estos atributos, su cine alcanza cotas dignas de maravilla al nivel de los Montxo Armendáriz o Víctor Erice.

Como guionista, sin embargo, asoma más evidente su vena cinematográfica. Frecuentes brochazos de morbo y psicología elemental provocan el formalismo más desgastado en términos de thriller evidente y suspense tonal. Evidencia solo como género y no como guión, el cual está repleto de meandros y decisiones que dificultan el efecto penetración en un universo que desarma la placidez espectatorial y que subyugan satisfactoriamente a la hora de seguir el hilo de una trama sobrenatural y enrevesada que cruza ecos con la inusual fenomenología de Las caras de Bélmez.

A modo de conclusión, mencionar simplemente la admiración que me suponen las cavilaciones y meditaciones de Villaronga sobre la radio como instrumento de comunicación pero también, desde la concepción más oscura de la psique, de introspección y ocultamiento de ciertas personas, locutores en este caso, cuya vida se muestra tan desafectada, por medio de la decepción, el distanciamiento y el rechazo, que han asumido que su templo de expiación zen se encuentra tras un micrófono, entre las ondas.
Weis
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