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99.9 La frecuencia del terror

Intriga. Terror Lara es la presentadora de un programa de radio, 99.9, sobre fenómenos extraordinarios. Una noche, mientras se encuentra frente al micrófono, recibe la noticia de que Víctor, un viejo amigo, ha muerto en extrañas circunstancias en el cementerio de un pequeño pueblo. (FILMAFFINITY)
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
22 de octubre de 2006
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
99.9 es el dial de la emisora de radio en la que una mujer (Barranco) presenta un programa de fenómenos paranormales. Allí la envían un paquete con una cinta de vídeo y unos recortes de periódico dónde la informan de la extraña muerte de su ex-amante (Salmerón) y padre de su hija. Por todo ello decide investigar por su cuenta y viajar hasta un abandonado pueblo...
La cuarta película de Villaronga, un thriller terrorífico al que el cineasta confiere su habitual atmósfera: opresiva, cerrada, malsana, agobiante y oscura, un universo obsesivo y enfermizo con el que se pretende trascender el puro thriller o el terror de género y conferirlo las inquietudes presentes en el cine de su director, esto es, inquietudes de tipo psicológico o metafísico.
Hay que tener en cuenta que el punto de partida argumental parece estar en el falso y misterioso caso de las caras de Bélmez, caras que aparecían pintadas en la pared (un típico caso de superchería de la España profunda), por lo que al final la película acaba por buscar un giro en vez de al terreno parapsicológico o paranormal, al llano, brutal y siniestro de la brujería, algo que hace que se resienta bastante y pierda capacidad de inhalar misterio o crear una convincente atmósfera enigmática.
Está claro que están presentes los temas de Villaronga (cineasta bien cercano, aún salvando las distancias, a David Lynch), como sería el caso de la Locura, la Muerte, la Tortura, el Miedo, el dominio de la Voluntad, los entresijos de la mente humana, pero también es claro que no resulta "99.9" un ejemplo contundente, pese a ser una obra interesante que se apoya en el terror pero obtiene su propia génesis por momentos resultando propiamente compleja y autosuficiente para distinguirse del resto, ni convincente de lo que Villaronga, intuyo, quiere o quería hacer - también es su película más "comercial"; ninguna lo es, pero esta se acerca más a ello -.
Reparto dónde destaca Terele Pávez y Simón Andreu, con participación también de Pedro Mari Sánchez o Ángel de Andrés López.
kafka
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29 de agosto de 2011
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
“99.9 La frecuencia del terror” desaprovecha muchas virtudes: las buenas interpretaciones del elenco, su atmósfera opresiva y claustrofóbica, su conseguida ambientación gracias a los siniestros recovecos del pueblo aislado donde transcurre la historia, su sugerente banda sonora que contribuye a inquietar al espectador, su interesante clima de misterio que surge gracias a la intrigante investigación que se lleva a cabo en la trama… también el filme echa por la borda algunos pasajes lo suficientemente perturbadores y malsanos donde el director se atreve a mostrar escenas enfermizas y crudas.

Todo ello se dilapida por la evidente incapacidad de los guionistas de darle algo de sentido a todo el espectro sobrenatural que rodea a la investigación central del argumento. Ya uno como espectador intuía que la cinta se estaba enmarañando demasiado y que le sería muy difícil salir bien parada al final del metraje. Ello se notaba debido a que las alternativas del filme se ponían cada vez más delirantes y absurdas, aunque debo admitir que mantenían al espectador enganchado esperanzado en que aparezca algún giro argumental milagroso que termine justificando y dándole sentido a lo que veíamos en pantalla.

Pero no, el filme se desmadra, pierde los papeles por completo y termina siendo sólo un puñado de buenas intenciones despilfarradas culpa de la falta de claridad, inspiración y lucidez de los guionistas para poder concretar un argumento convincente y mínimamente creíble.

Una pena, pues como dije anteriormente la cinta poseía bastantes virtudes y lograba mantener al espectador atento a las circunstancias narradas. Pero la falta de claridad y la ausencia de lógica del final terminan por condenar a esta cinta al fracaso.
Pasatiempos Digitales
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8 de septiembre de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Excepcional creador de ambientes claustrofóbicos y situaciones angustiosas, Agustí Villaronga realizó en 1997 este film, cuyo guión irregular y un pésimo casting, lastró definitivamente a la película.

Si la ambientación es lograda - marca de la casa - resulta dificil creer a la mayoría de los personajes, en especial a María Barranco - una especie de Iker Jiménez en fémina - y Gustavo Salmerón, que ejercía de involuntario stripper, en el inicio del filme, con un desnudo exigido por el guión de lo más estúpido.

Irregular, olvidable, olvidada. En los folletos que daban en los Renoir - porque yo fui a verla al cine de estreno - creo recordar que María Barranco comentaba que si tenía éxito pensaban hacer una serie de TV... Pues no fue así.
Quinto Sertorio
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2 de febrero de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La peor película hasta la fecha del mallorquín Agustí Villaronga. Una película cargada de intenciones y con una interesante premisa en cuanto a tocar temas paranormales en medio de la España más rural donde el director de "Tras el cristal" demuestra saber crear buenas e inquietantes atmósferas pero no son suficientes para levantar una cinta con un guión torpe y lento.
El Minicritico
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6 de febrero de 2013
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Agustí Villaronga se ha ganado desde los principios de su filmografía, por méritos propios, la etiqueta de cineasta de culto independiente y, en cierto modo, maldito pues su cine constituye una desencadenada euforia por los temas escabrosos y transgresores que trata, servidos con una cuidada visceralidad estética que le ayudan a crear un singular universo personal.

En cuanto a ‘99.9’, no sería sorprendente ni alarmante que dicho título hubiera virado 180º sobre sí mismo, por capricho de los guionistas, y se hubiera renombrado como ’66.6’, pues existe una contrastada seguridad de talento perverso y demoníaco bajo la oscuridad de un cineasta especialmente dotado para la creación de atmósferas turbias y malsanas, algo que ya puso de relieve con ‘Tras el cristal’, película que revela la condición humana más soterrada desde los delirios y pulsiones más profundas y oscuras del deseo.

’99.9’, por lo tanto, es una obra fuera de tiempo, alejada de modas y filias comerciales. Rara avis en la que se mezclan el drama macabro con las historias de fantasmas, donde la miseria moral y el dolor por el vacío hacen más estrecha la comunión entre el mundo de lo tangible y el mundo de las sombras. Villaronga utiliza el medio radiofónico para ejercer sobre él un ejercicio profundo de transmutación hipnótica y trazar sobre su relato un aura de misterio insondable ante la búsqueda de imágenes físicas, aquello de lo que carece el medio, que guarden relación con una voz y unas palabras.

Villaronga actúa como reflexivo pensador de esta carencia y nos incita, más aún si cabe tratándose del soporte radiofónico, a sumergirnos en el mundo de lo extraño, el universo de la creación de imágenes mentales como base gnoseológica, para escudriñar aquello que no puede ser visto y analizar de manera exhaustiva la infinidad de espíritus, fantasmagorías y monstruos que pueblan los relatos de nuestras vidas y que caprichosamente penetran en nuestro mundo tangible y en las esferas irracionales de nuestra conciencia.

Este ejercicio de proto-entelequia reflexiva hacia la radio está subrayado por el talentoso estilista atmosférico Javier Aguirresarobe en la dirección de fotografía, un tipo que, particularmente en 99.9, da rienda suelta a su faceta más experimental con una insólita obsesión por el juego de luces disfuncionales y sombras surreales. La película está salpicada por un alto contraste cromático, entre el azul plúmbeo de un anochecer y los tonos ocres, que realzan la propuesta en su vertiente más misteriosa y mágica.

Sin embargo, lo que más podría llamar la atención de 99.9 y, por extensión, del cine de Villaronga en su conjunto es la eterna lucha creativa que le divide en dos mitades, en dos personalidades bipolares, como guionista y como director. Esta película es un auténtico festín visual por la nausea del realizador catalán para que las imágenes sean absorbentes, imágenes que magnetizan, que conectan y te atrapan en su intrincado universo oscuro. También son ágiles, dado el dramatismo explícito habitual en él. Por supuesto son misteriosas, porque el género utilizado es el de misterio y no el de suspense. El primero apela a las emociones mientras que el segundo a las reflexiones. Su particular impronta visual posee un fuerte carácter simbolista donde muestra la transfiguración de la realidad por medio de diversas observaciones y descripciones del fluir de la conciencia, máxima representación de su estilo.

Sin embargo, digo, las intenciones de su estética chocan frontalmente con sus pretensiones de guionista. Como tal, haciendo honor al género, busca el efectismo y el retorcimiento melodramático así como la tendencia al diálogo rezumante de impostura. Aquí, como consecuencia, se genera la antítesis como director, perteneciente a un mundo de expresividad opuesta que conduce su historia hacia lo estático, lo sugerido, el silencio. Como director comuna a la perfección con la simbología del instrumento radiofónico porque se encauza hacia lo que no es obvio, hacia la ausencia, la búsqueda de las miradas, las sospechas, los pensamientos y los deseos más reprimidos. En estos atributos, su cine alcanza cotas dignas de maravilla al nivel de los Montxo Armendáriz o Víctor Erice.

Como guionista, sin embargo, asoma más evidente su vena cinematográfica. Frecuentes brochazos de morbo y psicología elemental provocan el formalismo más desgastado en términos de thriller evidente y suspense tonal. Evidencia solo como género y no como guión, el cual está repleto de meandros y decisiones que dificultan el efecto penetración en un universo que desarma la placidez espectatorial y que subyugan satisfactoriamente a la hora de seguir el hilo de una trama sobrenatural y enrevesada que cruza ecos con la inusual fenomenología de Las caras de Bélmez.

A modo de conclusión, mencionar simplemente la admiración que me suponen las cavilaciones y meditaciones de Villaronga sobre la radio como instrumento de comunicación pero también, desde la concepción más oscura de la psique, de introspección y ocultamiento de ciertas personas, locutores en este caso, cuya vida se muestra tan desafectada, por medio de la decepción, el distanciamiento y el rechazo, que han asumido que su templo de expiación zen se encuentra tras un micrófono, entre las ondas.
Weis
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