Alejado de una sociedad que nunca le tuvo en cuenta, sin nadie por quien le merezca la pena volver, aparece John Rambo en la parte final de sus días. Olvidado en la frontera de Tailandia, es requerido por unos misioneros occidentales para cruzar el recodo del rio. Tras su negativa inicial, será Sarah, la única persona del grupo que parece reparar en él, la que hará que, movido por un humano sentido de protección hacia ella, acceda a ayudarles. Comenzará aquí, un viaje que le llevará hasta su personal catarsis, hasta una profunda conciencia de su naturaleza animal. Hasta la rendición final ante sí mismo.
La rendición de un hombre consciente de que sólo se tiene a sí mismo, un hombre que se sabe prescindible (Rambo II) y que aún así, ha decidido continuar adelante. ¿Es ese un personaje del que nos tengamos que reir?. ¿Acaso no es terrible no haber sido tenido en cuenta por nadie?. ¿Debemos pensar que ya no tiene nada que decir?
Siendo uno de los personajes más abandonados del cine, y uno de los más parcialmente tratados por la crítica, es el propio director, el que nos demuestra, en la magnífica escena final, que Rambo todavía está dispuesto a darse una oportunidad. Es valiente afrontar de nuevo el camino a casa, sabiendo que es posible que nadie esté esperando. Me parece elogiable el cariño que Stallone demuestra; la romántica idea de acompañarle hasta el final.
Pudiendo elegir, esta es la parte de John Rambo con la que me quedo, y creo que lo mismo pretende el director.
Tras una estructura tan sencilla como en las dos anteriores, late, no obstante, el trabajo técnico más impactante que he visto. Las escenas de acción más brutales en la gran pantalla, superando el sadismo de Battle Royale. Mucho más verosímiles que en sus antecesoras, no se recrea, sino que las encadena de modo preciso, constituyendo un hito la explosión en el bosque.
Me pregunto si al final, no acabaremos todos emprendiendo también el camino a casa.