Por lo visto, cuando en la Disney queda algún excedente presupuestario para hacer películas, sacan del baúl de los recuerdos el guión en el que un progenitor cambia el cuerpo con su retoño (a veces, ni siquiera hay por medio lazos congénitos, lo cual es aún más penoso), y nos ofrecen de nuevo el mismo bodrio (incluso hay un pestiño similar protagonizado por Dangerfield), aunque adaptándolo a la estética del momento. Éso sí, en este caso hasta han sacado de la naftalina a la Lee Curtis (que se llama Jamie, no Jaimee: con mirar arriba mientras se escribe, y saber leer, hay suficiente para no equivocarse), otrora reina de los chillidos en pelis de terror, y actualmente sólo recordada por el pez wanda y el cuerpazo que gastaba en el strip-tease de mentiras arriesgadas, y al señor Harmon, actorzuelo antaño guaperas especializado en serie B y telefilmes.
Tan predecible, ñoña, y manida, que sólo la recomendaría como neurodepresor, o como sonsonete de fondo para acompañar una gloriosa siesta.