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Voto de kuraneitor:
6
Drama Después de un prólogo documental sobre las costumbres del alacrán, unos bandidos descubren a un grupo de arzobispos orando en un acantilado. La fundación de la Imperial Roma, celebrada en el sitio donde oraban los clérigos, se ve interrumpida por los lances amorosos de una pareja que es separada. El hombre es conducido a prisión pero logra escapar y se refugia en casa de su amada. Durante una fiesta, la pareja intenta consumar su pasión ... [+]
9 de mayo de 2010
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La edad de oro" se revela como una crítica contra la burguesía, la iglesia, el ejército… es decir, contra las “fuerzas vivas” de una sociedad caduca y enferma. Una crítica, sin embargo, que vista desde la perspectiva del siglo XXI se antoja casi infantil, como la de un niño que pinta en las paredes del colegio algún exabrupto contra el profesor X. Evidentemente, en 1930, cuando se estrena la película, la mentalidad era muy distinta y la actitud ante ella, por tanto, también lo fue. Tachada, cuanto menos, de sacrílega, la película cayó, primero, en el ostracismo y luego, seguramente, en un olvido, del que saldría poco antes de la muerte de Buñuel.
Aunque fue pionera en algunos aspectos técnicos, como el uso de la voz en off, la película es un mediometraje que no resiste el más mínimo análisis cinematográfico. Si acaso podríamos descubrir un pequeño hilo en la historia de los dos amantes que, a modo de un pegamento no muy bueno, da sentido a la concatenación de algunas escenas. Sobre esto Buñuel diría, muchos años después de su rodaje, que “La edad de oro es -sobre todo- una película de amour fou (amor loco), de un impulso irresistible que, en cualesquier circunstancia, empuja el uno hacia el otro, a un hombre y una mujer que nunca pueden unirse”, poniendo así el tema de la película en ese pequeño hilo. Sin embargo, entre ese pequeño hilo conductor nos encontramos desde una pieza documental sobre la vida de los escorpiones hasta un homenaje en toda regla al Marques de Sade, eso sí, presentado este último con la iconografía propia de Jesucristo para así, al situarlo al final de la película, rematar con una crítica más a la religión cristiana.
Resumiendo: probablemente por su juventud -sólo tenía 30 años cuando rodó la película- y, sobre todo, por su inexperiencia cinematográfica, la película carece de la elegancia y de la técnica que alcanzaría Buñuel con obras posteriores -y que le harían merecedor, entre otros premios, del Oscar de Hollywood, del León de Oro de Venecia o del premio especial del Festival de San Sebastián- pero lo que sí encontramos son las filias y fobias buñuelianas que, embebidas de surrealismo, surgen a borbotones y sin control de la mente del director calandino. Las mismas filias y fobias que encontraremos después en esas obras posteriores tan depuradas y premiadas. Y es que si hay una cosa que hay que recocerle a Buñuel es su coherencia: consigo mismo y con su forma de pensar. “Esto es lo que pienso -parece decirnos Buñuel-, te lo puedo decir de una manera más burda y soez o de una manera más depurada y elegante, pero no hay ninguna doblez en mi ni en mi manera de entender el mundo”.
kuraneitor
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