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España España · Madrid
Voto de Amperia:
4
Documental Dos años después de "Los espigadores y la espigadora", Varda vuelve a recorrer el país con su cámara Mini-DV para filmar de nuevo a la mismas personas, mostrando el devenir de cada uno en ese tiempo. (FILMAFFINITY)
23 de diciembre de 2008
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
La segunda parte de los espigadores y la espigadora no llega al nivel de su perdecesora. Dos motivos fundamentales: esta segunda parte se dedica en buena medida al autobombo y mercadotecnia de la primera película y su autora haciendo seguimiento de su repercusión mediática. Este hecho viene a entroncar con el segundo, de mayor calado y gravedad. El documental primero, concebido como un documento estético y social con una arraigada crítica al sistema de consumo y la pobreza que este genera se resuelve en su segunda mitad como otro objeto susceptible de consumo, mercadotecnia y desencadenante de estratificación social. La documentarista se reparte por las galerías del mundo mostrando su obra en museos y centros de arte construyendo un discurso estético ultrarefinado sobre el reciclaje y la miseria. De modo que la miseria, los objetos inútiles del sistema, los útiles desperdiciados y su reutilización y aprovechamientos por los necesitados o anticonsumistas se yuxtaponen en diversas entrevistas de las que resulta un lenguaje visual estético sobre los objetos sin fundamento ni base. Cosa que a los galeristas, desde su butaca de cuero, les parece un planteamiento y acto sumamente comprometido y revolucionario. Las patatas-corazón, excluídas junto con otras muchas de la recolección por un problema de normatividad y proporción (no correspondencia con la idea de patata que se vende en los supermercados) que Agnes y los recolectores recogían dotándolas de nuevo contenido nutricional o estético (reciclaje de no-consumo o valorativo), vienen a convertirse en un símbolo publicitario de la autora, completamente desprovisto de contenido: frívolo y superficial. Así pasa con los botones, los objetos perdidos, que siendo reciclajes valorativos se imponen gradualmente en el documental frente a las personas que encuentran en la reutilización de objetos como arte, comida o mubles un modo de vida, necesario o activista. El drama social de los espigadores queda solapado, se refunde en postal navideña y se compra en las galerías parisinas NHV, mientras sus fans más avezados aprovechan para acercarse al recolector de Montparnasse a darle la brasa y hacerle la vida un poco más difícil.
Quien pague por este documental y avale este refrito está cometiendo una grave incoherencia con sus protagonistas.
Amperia
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