Lamentablemente, el grandioso Peter Sellers será recordado en la historia del cine por el patético personaje de Jacques Clouseau, antes que por otros roles sin duda mucho más brillantes (su triple aparición en "Teléfono Rojo, volamos hacia Moscú" se merece un monumento, y su casi póstuma encarnación de Mr. Chance constituye un canto a la interpretación). Pero a veces la historia del cine es así de injusta. A mediados de los 70, su colaboración con Stanley Kubrick (osea, Dios, y yo soy su profeta) había quedado atrás hacía tiempo. Para un talento del humor como el inefable londinense, era sin duda muy fácil caer en la tentación de revivir una saga cómica que, aunque invariablemente ofrecía más-de-lo-mismo, resultaba un reiterativo éxito comercial gracias a él y sólo a él. Si en los comienzos de la saga fue posible contar con algunos actores de valía contrastada como Sir David Niven o Robert Wagner, en esta entrega apenas podemos paladear una breve e insulsa aparición de Omar Sharif (casi un cameo) y recrearnos fugazmente con la espléndida Lesley-Anne Down. De resto, poco que reseñar. La historia, como no podía ser de otra manera, es por completo absurda, pero está plagada de los hilarantes gags de Sellers (sus peleas con Cato, el criado chino, son de lo mejorcito) que no por predecibles resultan menos divertidos.

El mérito principal consiste en trasplantar al Inspector de la Pantera Rosa (los dibujos animados, claro está) a un personaje de carne y hueso, incluyendo golpes, mamporros, diálogos surrealistas, y todo lo que da vida precisamente a un personaje de dibujos animados. Para ver una vez... cada diez años. O así.