Una nueva entrega en la saga distópica y adulta por excelencia de los últimos años. Alejada de veleidades adolescentes, las películas de esta saga nos reflejan una sociedad mimética, en muchos aspectos, a la nuestra, donde el uso de la violencia sin límites autorizada, con o sin motivo, es el símbolo máximo de una nueva tradición, enraizada tanto en la cultura como en la religión imperante. El estado con ello puede eliminar a los elementos más molestos, tanto a delincuentes como a opositores de todo tipo. En el fondo este filme es una vuelta de tuerca más a los conceptos volcados en el filme setetero "La carrera de la muerte del año 2000" (1975), donde era lícito atropellar gente en una carrera automovilística, dando más puntos las víctimas más desvalidas.

Esta cuarta entrega de "La purga" no renueva conceptos, no aporta nada novedoso, sino que transita en la comodidad de lo ya conocido. Los aficionados a esta serie disfrutarán de situaciones ya vistas y los que no la conozcan se ubicarán rápidamente en este universo distópico. Cambian época y personajes y DeMónaco, esta vez sólo guionista, vuelve a criticar el trato gubernamental y policial a los afroamericanos, llegando al extremo de transformar a un delincuente asesino y traficante de drogas en el héroe de la comunidad y a la líder antiviolencia es una furiosa asesina cuando van a por su familia. Situaciones repetidas del segundo film, el más redondo, solo que con otros protagonistas.

Pero la historia puede ir más allá; puede ser una actualización de la masacre por parte de los nazis del Guetto de Varsovia, durante la WWII, al desarrollarse en un entorno aislado como es Staten Island, y una reflexión sobre el clasismo económico y étnico y la aporofobia (odio al pobre) que padecen las clases acomodadas de nuestra sociedad.

Pero tampoco es un ensayo filosófico. Es una película de tiros. Y como tal cumple.