Una vez vistos el episodio piloto con su final que cierra directamente la trama sin serie de por medio, la precuela “Fuego camina conmigo” y no sé si algo más, me dispongo a ver la serie, el relleno del bocadillo, una vez que ya me comí el pan. Ver la serie una vez que sabes ya prácticamente todo, sabiendo quien mató a Laura Palmer, habiendo tenido el gusto de conocer a mi eternamente admirado enano y demás cosillas, se quita uno mucha presión de encima al disponerse a ver la serie. Sigo pensando que la idea daba para una de las mejores películas de la historia, en lugar de una serie. Pero claro, yo soy anti-serie (o pro-película, según se mire). ¿Y para qué la veo? Qué buena pregunta. Simplemente me decidí a ver al fin la serie por el próximo estreno de la tercera temporada para 2017 (según dicen), nada menos que continúa 25 años después, como bien dice Laura Palmer en el último capítulo. No sé si Lynch lo tenía pensado desde el principio así (capaz es), o no se le ocurría otra cosa y de repente pensó que podría seguir con “Twin Peaks”, con un par.

Ya de paso, quería comprobar si la trama desarrollada en la serie iba a alterar mi percepción sobre la historia. Respuesta breve: no. Respuesta larga: algo. En esencia se mantiene todo como lo interpreté en su momento, a excepción de dos cosas: las sub-tramas para rellenar minutos (típico de las series), y todo el folletín que se montan en la segunda temporada con la logia negra. Este folletín era la única salida que tuvo Lych para estirar la serie una vez que le obligaron a descubrir al asesino en el capítulo 7 de la segunda temporada. A partir de este momento, surge un nuevo villano, Windom Earle, que se suma al omnipresente Bob, y cuyo objetivo es entrar a formar parte de lo que llaman la logia negra. ¿Misticismo? ¿Creencias de nativos americanos? ¿O el lado oscuro presente en cada persona?

El hecho de que existan dos logias, blanca y negra, induce a pensar que representan la dualidad entre el bien y el mal que hay en cada individuo, y que según la dominancia de cada mitad, harán a cada uno más propenso a entrar en una o en la otra. Así, Dale Cooper se codea con la logia blanca (el gigante, el hombre de la leche), y Windom Earle con la logia negra (el enano y Bob). Pero adquiere un tono más espiritual, al ser como una especie de cielo e infierno, que tienen como objetivo el alma de quien sea digno de ingresar en el selecto club. Lo cual se ve reforzado con la idea de que el enano sea “el brazo del manco”, amputado tras ver el rostro de Dios, en un desesperado intento de alejar la maldad de su cuerpo. Como dato, el enano no es tal, y me refiero a Michael J. Anderson, que no padece acondroplasia ni cretinismo, sino osteogénesis imperfecta (huesos de cristal) y que vio reducida su estatura tras las innumerables fracturas y deficiente consolidación de las mismas que ha sufrido en su vida.

En definitiva, tengo que reconocer que es sin duda una de las mejores series de la historia. Se agradece también la escasez de capítulos, sobre todo para los que no somos serie-adictos. Falta por ver qué nos deparará la tercera temporada, porque en la segunda muchos personajes se encuentran en situaciones peliagudas para las que la solución no puede esperar 25 años. Tendremos que tener fe en el líder de todas las logias, David Lynch.