No dudo que John Nash fuese (y siga siendo), además de un gran matemático. una persona excéntrica. El problema es que en Hollywood cada vez se tiende más a confundir la excentricidad con el frikismo. Hoy en día llegamos a un punto en el que un genio pensador está condenado a encarnarse en una película como un estúpido y bobalicón inadaptado social, siempre y cuando sea retratado al margen de sus aportaciones científicas o de sus logros académicos, claro. Digamos que si sacas al lumbreras de su estudio, éste será una gran herramienta para hacer gracia o dar lástima al espectador según las exigencias del guión. Y esa forma de caricaturizar el comportamiento de un intelectual me saca de quicio, pues es un recurso fácil puesto al servicio de un guión efectista a costa del mínimo realismo o veracidad que debería poseer una película que se supone medianamente biográfica.

Aunque es evidente que la última pretensión de esta película es la de permanecer como una decente biografía de John Nash, dado que el único punto en el que realmente se hace hincapié de su vida es el de su enfermedad mental (y a eso ni la Wikipedia le presta mucha atención). El caso es que esa era la excusa perfecta para que el protagonista, como ya he mencionado anteriormente, después de haber resultado entrañablemente simpático al comienzo, acabe dando lástima en el tramo final de la película. Y mejor aún si es posible utilizar a dicha enfermedad para diverger de pronto hacia una trama de intriga con con tintes psicológicos.

En fin, digamos que esta película se quedó en un candidato ideal para los Oscar al ser un artificioso y efectista drama psicológico con banda sonora de cuento de hadas que no viene mucho al caso. Y evidentemente a quien le interese la vida de John Nash esta película no le va a satisfacer en demasía.