Aburridísimo y contrahecho thriller psicológico, obra y gracia de un desmañado Andrew Semans que se devela a un tiempo como mal director y peor guionista. Los esfuerzos actorales de Rebecca Hall resultan del todo inútiles para conjurar la torpeza de este producto mal concebido y manufacturado, que nunca consigue conmover ni interesar del todo. Carente por completo de escenas logradas, pronto se torna aburrido y reiterativo, incluso previsible. Salvo, claro, el final. Un final de antología en el que toda presunción argumental se diluye en la revelación del único verdadero asunto de la película: el grado de alcohol en sangre que tenía el director cuando fraguó este alto, inconmensurable esperpento.