Esta película de Alan Parker tiene el mérito de dejar al espectador de primer visionado entre impactado y perplejo, con la impresión de haber visto algo significativo. A mí también me pasó, años ha. Y en estos días he vuelto a verla, entre otras cosas porque este 2023, me parece, anduvo flojísimo en materia de estrenos potables. Abrigaba incluso alguna expectativa.

Pero no. La verdad es que resultó decepcionante. Más allá de sus formas, de su gran porte visual, del clima tenso que consigue transmitir por momentos, del pintoresquismo de sus paisajes y de la parafernalia simbólico-religiosa asociada a su trama... la historia se nos desinfla en las manos. El tema fáustico es siempre interesante, pero lo que se nos muestra a lo largo de la mayoría del metraje no tiene mucha enjundia: en una palabra, vemos a Mickey Rourke en plan Odiseo, viajando de aquí para allá buscando un fantasma y siendo echado a patadas de todos lados. Da la impresión de que el director se regodea presentándonos una y otra vez al pobre tipo metiéndose en tugurios tenebrosos sin encontrar nunca nada y resultando siempre corrido con cajas destempladas -hasta le echan un pitbull, vamos. Esta clase de escenas consumen el grueso del tiempo. Y en lo poco que queda la cosa se resuelve a los apurones sin que pueda uno enterarse mucho de nada.

Termina siendo un film muy irregular, visualmente atractivo pero paupérrimo en materia de narración y desarrollo de personajes (el de Charlotte Rampling, por ejemplo, pieza clave en la historia y sin embargo de transcurso fugaz, terriblemente desaprovechado).

Podría haber resultado un producto muy otro si el director hubiera apostado por sondear más el alma y la historia de los personajes en vez de cebarse en lo anecdótico. Una pena. Queda una película que puede verse y permitir algún debate sobre sus peculiaridades fílmicas y algunas extravagancias en las que se prodiga pero, desafortunadamente, no mucho más.