Siempre consideré Ghost in the Shell, así como su legado, Innocence, dos de las mejores películas no ya de su género, sino del mundo del cine. A pesar de adorar el universo Ghibli, en muchos sentidos considero a estas dos joyas de la animación para adultos superiores a algunas creaciones de Hayao Mizayaki. No importa cuántas veces las visione, que siempre descubro algo nuevo y sorprendente que me da otra perspectiva de la película que estoy viendo; sensación solo igualada por El Castillo en el Cielo y la bella entre las bellas: La Princesa Mononoke.

Ghost in the Shell es una gran película, independientemente de lo mucho o poco que se parezca al manga, en la que nos introducen en un mundo donde la diferencia entre hombre y máquina está peligrosamente desdibujado. Es una perspectiva de futuro hipotético que hasta cierto punto me aterra, porque si un ser puramente artificial pudiera desarrollar una consciencia que a su vez le llevara a acariciar la humanidad, entonces ¿Qué diferencia habría entre una máquina y una persona? Y lo más importante ¿Dónde estaría la importancia de nacer humano, de ser humano? No hay que olvidar que todo lo superfluo tiende a desaparecer con el tiempo… ahí dejo ese apunte. Básicamente Ghost in the Shell intentaba que aceptaramos que el concepto de ser vivo era algo relativo, idea respecto a la cual soy inflexible. Cualquiera pensaría que por mi forma de pensar el universo de Ghost in the Shell me repele, pero es todo lo contrario. Esas películas están llenas de sabiduría, intensidad y una humanidad envidiable. De vez en cuando retorno a ellas y vuelvo a maravillarme, como cada vez que leo el libro “Ciudad”, de Clifford. D. Simak.

¿Por qué cuento todo esto? Supongo que para explicar por qué Stand Alone Complex me ha decepcionado tanto. Analizandolo con perspectiva no es culpa del anime -que es muy bueno por sí mismo- sino por mi, que estaba acostumbrada a la excelencia de las películas y me sumergí en este anime convencida de que encontraría la misma esencia. Para ser sincera esperaba ver la misma historia alargada, como quien se deleita con la versión extendida de El Señor de los Anillos. Mi sorpresa fue encontrarme con los mismos personajes: Motoko Kusanagi, Batou, Togusa, Arakawa… con una actitud mucho más suave y sencilla de la que conocía, en una historia que poco o nada tenía que ver con las películas.

Todos estos personajes trabajan por y para la Sección 9, una rama independiente del gobierno que lucha contra el terrorismo y la delincuencia. Naturalmente tratandose de un mundo cibernetizado en el que una persona puede poseer un cuerpo totalmente artificial y considerarse “humano”, la Sección 9 se enfrenta a piratas informáticos y hackers que se valen de la tecnología para cometer sus crímenes. A la cabeza de ésta organización está Motoko Kusanagi, una inteligente e intuitiva cyborg cuyo último rescoldo de humanidad pura es su cerebro. La secunda el enorme, reservado y leal Batou junto a la única persona con cuerpo original del grupo: el íntegro y noble Togusa; amen de un variopinto grupo de soldados habiles y leales a la Mayor Kusanagi. Naturalmente a todos ellos los dirige Daisuke Aramaki, un veterano jefe que protege a los suyos con la fiereza de un león.

En ese sentido nada cambia respecto a las películas y Stand Alone Complex: estamos ante una historia policíaca con el atractivo del cyberpunk en un futuro distopico dominado por la tecnología. Pero la gran diferencia es que Ghost in the Shell poseía un profundo subtexto existencial y místico, donde se exponía de forma casi poética la fragilidad e inocencia de los humanos. A través de la búsqueda de un ciberterrorista apodado “El Titiritero”, Motoko Kusanagi nos acercaba a sus pensamientos más ocultos, sus dudas existenciales respecto a sí misma y el concepto -y a la vez sentido- de la vida.

Stand Alone Complex centra sus capítulos en el contexto puramente policial, obviando casi por completo la idea central de las películas: el “espíritu”, la última diferencia entre humanos y máquinas. En ellas Motoko Kusanagi era la guía gracias a la cual comprendíamos la complejidad de la “vida” en su mundo, vasto y oscuro como la red. En Stand Alone Complex se limita a los quehaceres militares y policiales, y salvo uno o dos pensamientos hacia la vida artificial no se plantea su propia existencia, ni se siente prisionera de su cuerpo prostetico; uno de los pilares fundamentales de Ghost in the Shell.

De hecho lo más parecido que tiene éste anime con la profundidad filosófica de las películas es la evolución de unas simpáticas IAs llamados Tachikomas. Son robots de apoyo de la Sección 9 que sirven tanto de tanques como de mano de obra, todos ellos dotados con memorias sincronizadas. Curiosos al principio, pronto muestran un creciente deseo por individualizarse y eso les lleva a desarrollar personalidades diferentes a pesar de los esfuerzos de la Mayor para mantener su fiabilidad como máquinas. En otras palabras, la Motoko Kusanagi que conocía de Ghost in the Shell e Innocence muy poco se parece a la Mayor de Stand Alone Complex, y sin ella se pierde esa esencia tan parecida a Blade Runner.

Ni que decir tiene que Stand Alone Complex es una precuela de las películas, e insisto en que es una muy buena serie. Sin embargo la diferencia entre un notable y un sobresaliente también es palpable. Confío en que en los animes posteriores pueda ver la evolución de la Mayor hasta la “mujer” a la que considero Motoko Kusanagi.