No tenía muchas esperanzas depositadas en el film de Álvaro Brechner a pesar de la buena acogida de "Mal día para pescar" en varios festivales internacionales. El punto de partida me hacía pensar en una comedia chorras sin ningún valor, con lo cual la sorpresa fue mayúscula cuando por fin puede disfrutar de su debut en el largometraje -tras probar suerte en formato corto- del realizador uruguayo, al encontrarme con una sólida y nada caprichosa deconstrucción de un género (el western) y llevándolo hasta zonas que aún no se habían explorado.

"Mal día para pescar" nos cuenta la historia de un antiguo campeón del mundo y su manager, un tipo carismático, adulador y, por encima de todo, un gran mentiroso. O como prefiere definirlo el director del film: "un tipo que vende sueños y que ha dejado de creer en ellos". Al margen de que no estamos ante la primera historia de este tipo, hay que reconocer que Brechner sabe sacar jugo de sus personajes y darles entidad, fuerza, algo a lo que contribuye la gran interpretación de Gary Piquer y la correcta -o incluso buena- labor de los secundarios, entre los que casi incluiría -por líneas de diálogo, no así importancia- a la masa de músculos que responde al nombre de Jouko Ahola.

Es en su tono donde destaca "Mal día para pescar", mezclando elementos del western crepuscular (personajes al límite, cansados, con cierta edad, que buscan encauzar su vida y dejar el dolor atrás), del cine negro (representado en la moderna femme fatale del personaje interpretado por la morbosa Antonella Costa), la comedia más mordaz (¿alguien dijo los Coen?) o un retrato de la corrupción que nada tiene que envidiar a films como “Terribly Happy”. No es que la mezcla de todos estos factores sea llevada al extremo, no estamos ante la película definitiva, pero sí ante un film claramente deudor de obras superiores y que, pese a saberlo, no agacha la cabeza y avanza con paso firme hasta un conclusión contundente, quizá algo previsible, pero no por ello menos sólida. Bien dirigida, con una fantástica fotografía y una correctísima BSO, es sin duda una de las sorpresas del año y -junto a Gigante- la demostración de que el cine latino puede regalar, de cuando en cuando, obras tan válidas como las del resto de lugares del mundo.