Estupenda película que nos cuenta una original historia de amor a trompicones, aprovechando la aparición de aquellas primeras líneas de teléfono compartidas. La visita Connecticut es un guiño a “La fiera de mi niña”, que nada tiene que ver en planteamiento a esta historia, pero en la cual, sin duda, se inspiraron los autores.

El color es absolutamente llamativo y un miembro más del elenco de actores y actrices. Solo hay algo que, debido a la época, se veía como algo gracioso, y es el trato que se hace al personaje interpretado por Doris Day, al que se usa y veja sin piedad: bofetón sin venir a cuento en el bar de carretera, así como el rapto de su cama tras allanamiento de morada, patada a la puerta de paso y un “yo también lo haría” espetado por el policía cuando se le pide ayuda. Obviamente, estas cosas hoy no deberían ser mostradas a los neonatos cinéfilos que desvirgan el pasado del séptimo arte, sin antes ponerle en situación de que eso no se debe hacer. Pues vivimos en un mundo tan sumamente aborregado que serían capaces de reproducir patrones si así sus ídolos de piedra y sal se lo requieren.

Pero volvamos a la película. El montaje a forma de collage es absolutamente sorprendente y solo puedo imaginar cómo debieron sentirse aquellos espectadores que, sentados frente a la gran pantalla, se deleitaron con la bella figura del larguísimo Rock Hudson, incapaz de meterse en el coche.