Hace unos años, me ganaba la vida echando unas horas tras la barra de un bar, a modo de pagar mis estudios universitarios. De aquella experiencia enriquecedora, recuerdo una de las imágenes que enturbió mi mirada. Aquel tipo venía al bar a horas en donde casi nadie había, normalmente estábamos a solas. A veces, llegué a cambiarle 200 euros en monedas, para que se los echara a las tragaperras. Un chaval joven, seguramente de la edad de “The Champ”, con una bella mujer y dos niños pequeños. Se me retorcía el alma viendo cómo aquel próspero joven hijo de empresario, echaba por la ranura de la máquina toda su felicidad, y la de sus hijos. Al ver al viejo campeón del mundo de boxeo, ver cómo se buscaba así mismo en el juego, retornaron a mi mente aquellas imágenes.

El llanto de ese niño creo que es solo entendible por aquellos que no hayan tenido unos padres idílicos, o hayan observado los padres de otro de cerca. Cuando mi padre se largó de casa, hace ya muchísimos años, siendo yo menor de edad… yo era ese niño entre un millón. Y, al igual que T.J., quieres a tu padre sobre todas las cosas. Esa historia es real, tal como se ve. Difícil de entender, sí, pero es que así funciona el ser humano. No siempre lo pobre es lo peor, ni lo rico lo mejor. NI siquiera cuando tienes a una bella madre como Faye Dunaway (la mía también lo era, Dios la tenga en la gloria). “Verdad que es hermosa?”, dice “The Champ” en el ring, en una de las manifestaciones de amor más sencillas y hermosas de la historia del celuloide.

Como dato anecdótico, resaltar la aparición de Dana Elcar, el jefe de MacGyver, que me hizo rememorar viejos tiempos.