Nos encontramos aquí ante un guión muy flojo y una de las direcciones más flojas de Ozores, que en cuanto venían curvas, se venía abajo. El inicio está estupendo: un cacique de pueblo que se ha hecho un nombre en la industria del proxenetismo a fuerza de sobornar a las fuerzas vivas de la ciudad. Una crítica despiadada al clero, desde el cual aparece un ser como Arcadio.

Sin embargo, a mitad de película, el personaje de Arcadio se transforma, sin aparente motivo, en otro más de lo que crítica, acabando la película haciendo un perfecto número de vodemil que nada tiene que ver con lo que vemos. Y, lo que es peor, no aporta nada a lo cómico de la situación.

Otro de los cabos mal atados es la invidente. No aporta nada a la historia. Pudiera haberse unido al cura o, lo que habría sido más previsible, al proxeneta, enamorándole y cambiándole, pero nada de eso ocurre.

En resumidas cuentas, tenemos uno de los peores productores de la factoría Ozores, que vio muy bien una de las peores caras que traía la recién estrenada democracia: la corrupción blanqueada con votos. Esa escena de las fuerzas vivas, alcalde incluido, bailando la conga en un prostíbulo mientras son grabados, no se sabe bien si es una premonición del futuro, o una inspiración para los Gurteles y ERES del futuro.