He tardado dos días en mascar esta crítica, ya que sigo impresionando por la tremenda obra de arte que he visualizado. Dos Óscars se llevaron las dos actrices que trabajan codo a codo. No hay nada más que decir.

Para los que somos docentes y amamos el oficio, Anna Sullivan da unas cuantas lecciones de la radicalidad de los problemas en la educación, “no tengáis compasión”. Siempre lo he dicho, si o estás preparado para fuertes emociones, mejor quédate en tu casa.

Pero la virtud de Arthur Penn es su huella. Estampa en retazos de impresionismo el tormento que debía solar la azotea de la señorita Sullivan. Repito, sigo impresionado ante tan magna demostración de talento.

Por otra parte, hurgando en los archivos, he podido ver que la vida de Helen Keller da para mucho más. Fue toda una eminencia en la sociedad americana, teniendo contactos con Chaplin, Mark Twain y Graham Bell, entre otros. Merece una gran película a la pionera de la sensibilización por la discapacidad en los Estados Unidos y, por consiguiente, en el mundo.