Cometí el error de leer sobre Barbara Graham antes de ver la película y la fastidié. No lo recomiendo. A partir de ahí mi visión ha ido haciendo un collage de composición, buscando encajar las piezas, perdiendo absolutamente el interés, puesto que conocía el final. Entre medias, vamos viendo una película que carece de razón, pues ya está servida en todos lados que acaba en una cámara de gas.

Y es esa última media hora la que hace que merezca la pena haber aguantado toda la película. La frialdad con la que los mirones observan cómo la muerte va tejiendo su telar sobre el cuerpo de una joven víctima. Hieráticos verdugos e inmisericorde gobernador. Cuando la muerte te espera a ti, la espera es una agonía que cuesta quitar de encima, como un tremendo lastre. El director ha sabido transmitirnos esos minutos finales, de una manera cruel y voraz. Las caras de los amantes de la muerte de buena mañana, para corroborar que la ley ha sido aplicada, sin escrúpulos ni ningún tipo de remordimiento, auténtica gentuza.

Descansa en paz, Bárbara.