Una de las películas de Hitchcock menos conocida y con menos suspense, salvo una de las escenas en las que se nos encoge el corazón, y que concluye con una broma curiosa del maestro. La historia nos va mostrando las cartas boca arriba, al más fiel estilo del director inglés, y por eso no se entiende que se extienda tanto el metraje a las más de dos horas, para contarnos una historia que tampoco tiene mucho sustento, salvo el complejo background psicológico, con unas claras referencias a Freud, que nos hace prestar un poco más de atención a esa parte de los diálogos.

La madre de Melanie Griffith está contenida y con un atractivo muy por debajo de otras divas Hitchconianas como Kim Novak o Grace Kelly, por poner algún ejemplo. Sin embargo, esa doble cara de Sean Connery que conocimos más tarde, con un lado irónico muy escocés, nos hace creer que sea lo suficientemente retorcido como para gestar una cruel encrucijada a su amada ladrona.