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Voto de CHIRU:
10
8,2
154.002
Drama
Wladyslaw Szpilman, un brillante pianista polaco de origen judío, vive con su familia en el ghetto de Varsovia. Cuando, en 1939, los alemanes invaden Polonia, consigue evitar la deportación gracias a la ayuda de algunos amigos. Pero tendrá que vivir escondido y completamente aislado durante mucho tiempo, y para sobrevivir tendrá que afrontar constantes peligros. (FILMAFFINITY)
23 de septiembre de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Descripción de la balada para piano nº 1 op. 23, extraída de wikipedia (es la pieza que le toca al oficial nazi).
“Los esbozos de esta primera balada en sol menor op. 23, datan de 1831 y se publicó en Leipzig en 1836. Estuvo inspirada en la amargura que Chopin sufría solo en Viena por la ausencia de su familia y amigos los cuales estaban en Polonia luchando contra la opresión del imperio ruso. Es una obra tan dramática, que Schumann llegó a llamarla "Polonesa", y hoy es tan famosa como lo fue en aquella época. Se inicia con un diseño ascendente, a modo de pregunta, al que sigue un tema lírico y melancólico. Un segundo tema, que comienza <cantabile>, se agita con vigor. Ambos se intercalan creando contrastes expresivos. Finaliza magistralmente con una coda magnífica y complicada técnicamente y una serie de acordes brillantes descendentes de gran impacto.”
“Los esbozos de esta primera balada en sol menor op. 23, datan de 1831 y se publicó en Leipzig en 1836. Estuvo inspirada en la amargura que Chopin sufría solo en Viena por la ausencia de su familia y amigos los cuales estaban en Polonia luchando contra la opresión del imperio ruso. Es una obra tan dramática, que Schumann llegó a llamarla "Polonesa", y hoy es tan famosa como lo fue en aquella época. Se inicia con un diseño ascendente, a modo de pregunta, al que sigue un tema lírico y melancólico. Un segundo tema, que comienza <cantabile>, se agita con vigor. Ambos se intercalan creando contrastes expresivos. Finaliza magistralmente con una coda magnífica y complicada técnicamente y una serie de acordes brillantes descendentes de gran impacto.”
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Imagina que estás en Varsovia, año 1945. Después de casi 6 años de guerra, y de haberlo perdido todo, ni siquiera tienes tiempo de debatirte entre la vida y la muerte. Solo tienes energías para abrir una lata enorme, a golpes o como sea. Pero entonces, inesperadamente, ante tus ojos, aparece un alto oficial nazi. Ahora la prioridad es otra. Tienes hambre, pero eres totalmente consciente que eres un blanco fácil. Solo te queda responder a lo que te digan, de la manera más obvia posible. Y entonces… te pide que le toques una pieza de piano, para comprobar que no le estás mintiendo. Sabes a ciencia cierta que eso será lo último que hagas, que después morirás. ¿Cuál elegirías?
“Empezarías a tocar de una forma ascendente, a modo de pregunta”, de millones de incógnitas que pasarían por tu cabeza. ¿Qué pasará conmigo después? ¿De cuánto tiempo dispongo? ¿Dónde me pegará el tiro? Pero tú mismo encuentras la respuesta: disfruta. El piano es tu vida, y necesitas quitarte esos miles de bloqueos que te impiden soltarte, desinhibirte. Esa conclusión te lleva a producir algo lírico y melancólico.
Rompes las cadenas que te atan y “comienzas cantábile, te agitas con vigor.” Pero los malos pensamientos te vienen, e intercalas las dos formas, “creando contrastes expresivos”.
Sigues vivo, y sientes, como nunca antes, que estás dando el concierto de tu vida, y que la audiencia es la más agradecida de la historia de las audiencias. Se acerca el desenlace, al menos de la pieza, y decides “finalizar magistralmente con una coda magnífica y complicada técnicamente y una serie de acordes brillantes descendentes de gran impacto.”
Y terminas… Sigues vivo.
¿Por qué? Por dos razones. Si eres creyente, está claro. Cosas de Dios. Si no lo eres, también está claro. La educación que ese nazi que hay frente a ti recibió en el pasado, te ha salvado la vida. Si nadie le hubiera enseñado a descifrar la diferencia entre ruido y melodía, de lo difícil del arte de la música, no habría preguntado. No habría querido saber más. Pero cuando te vio, sabía que le podías aportar algo. Y lo hiciste. Y así, unos siguen creyendo en Dios, esperando que Dios les salve mientras ellos no hacen nada por cambiar. Y otros creemos más que nunca en el poder que la Educación tiene sobre las personas.
“Empezarías a tocar de una forma ascendente, a modo de pregunta”, de millones de incógnitas que pasarían por tu cabeza. ¿Qué pasará conmigo después? ¿De cuánto tiempo dispongo? ¿Dónde me pegará el tiro? Pero tú mismo encuentras la respuesta: disfruta. El piano es tu vida, y necesitas quitarte esos miles de bloqueos que te impiden soltarte, desinhibirte. Esa conclusión te lleva a producir algo lírico y melancólico.
Rompes las cadenas que te atan y “comienzas cantábile, te agitas con vigor.” Pero los malos pensamientos te vienen, e intercalas las dos formas, “creando contrastes expresivos”.
Sigues vivo, y sientes, como nunca antes, que estás dando el concierto de tu vida, y que la audiencia es la más agradecida de la historia de las audiencias. Se acerca el desenlace, al menos de la pieza, y decides “finalizar magistralmente con una coda magnífica y complicada técnicamente y una serie de acordes brillantes descendentes de gran impacto.”
Y terminas… Sigues vivo.
¿Por qué? Por dos razones. Si eres creyente, está claro. Cosas de Dios. Si no lo eres, también está claro. La educación que ese nazi que hay frente a ti recibió en el pasado, te ha salvado la vida. Si nadie le hubiera enseñado a descifrar la diferencia entre ruido y melodía, de lo difícil del arte de la música, no habría preguntado. No habría querido saber más. Pero cuando te vio, sabía que le podías aportar algo. Y lo hiciste. Y así, unos siguen creyendo en Dios, esperando que Dios les salve mientras ellos no hacen nada por cambiar. Y otros creemos más que nunca en el poder que la Educación tiene sobre las personas.