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Voto de Lucía Berger:
10
Drama. Romance Humbert es un europeo culto, brillante y atractivo que se instala en una ciudad de Nueva Inglaterra como profesor. Una vez allí, se hospeda en casa de Charlotte, una voluptuosa viuda, que ve en Humbert la encarnación de sus fantasías provincianas. Pero Humbert oculta una herida envenenada: el recuerdo de un frustrado amor de adolescencia. Por eso, Lolita, la hija de Charlotte, se le aparece a Humbert como la materialización de sus sueños. (FILMAFFINITY) [+]
10 de abril de 2018
17 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eso es lo que más me ha gustado de la película de Adrian Lyne, que desde el principio se mantiene pegada a la maravillosa obra original de Nabokov, plasmando, además del dolor, la obsesión y el sufrimiento de los personajes, el sutil e irónico humor del autor ruso. Nada se pierde, empezando por esa necesario prólogo con el atractivo personaje de Annabel, primer amor de la adolescencia de Humbert y cuya trágica pérdida le marcó de tal manera que llegó a determinar y a explicar en gran medida su obsesión posterior. Esa introducción es bellísima e imprescindible para entender al protagonista.

Lo que también me gusta mucho es que aquí no se ha sacado de contexto ni se ha manipulado la propia naturaleza de la protagonista, como ha sucedido en otras muchas adaptaciones o iconos. Nabokov se hartó de repetir una y otra vez que la niña era una víctima de la que un adulto se aprovecha, pero el resultado en el imaginario colectivo occidental (por supuesto, patriarcal, forjado a partir de cientos de críticas, análisis, películas y mitos) fue el de considerar a Lolita una seductora implacable y culpable de su propia perdición. Lolita no es ninguna pánfila ni una mojigata, como tampoco me gusta que se la considere, porque el libro deja claro que es juguetona, caprichosa y alegre, en fin, una adolescente atolondrada y curiosa como todas a su edad, consciente de su atractivo, que se cree una mujer sin serlo aún y supone que ya está capacitada para manejar ciertas situaciones. Digamos que le gusta gustar, sí, y más aún a un adulto al que admira (¿quién de nosotras no sintió lo mismo a esa edad por un profesor o alguien que nos superaba en años?), pero en ningún caso es una perversa nínfula experta en las artes amatorias como se la ha definido. El juego inocente que inicia se le va de las manos, y el adulto que debe frenarla no lo hace sino que se aprovecha de ello para saciar sus deseos. La interpretación que arraigó, sin embargo, fue diametralmente opuesta, a favor del pederasta, o al menos disculpándole, y focalizando toda la iniciativa en la adolescente. Su propia creación escapó de su control y pasó a convertirse en todo lo contrario a lo que el propio Nabokov quiso retratar.

Adrian Lyne consigue acercarse mucho a la idea inicial de Nabokov, y nos presenta unos personajes humanos, a los que entendemos pese a que no compartamos ni disculpemos sus acciones, pero hace que, gracias a su maravillosa fotografía, su banda sonora, sus paisajes evocadores y el atractivo de la joven Dominique Swain, todos caigamos también rendidos ante la belleza de Lolita.
Lucía Berger
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