Rodada con mimo y elegancia desde la vertiente más onírica para crear un despertar sexual ridículo corrompido por la propia sexualidad sin ningún camino que recorrer que el propio libertinaje por pura satisfacción.
Una sexualizada versión femenina de Frankenstein, donde su fotografía, su cuidada imagen y su diseño, te embaucan, pero no con la autenticidad que pretende y sí con un sinfín de capas a la cual más mezquina.
La aventura para autodescubrirse desde el primer instante está sobreexplicada en todo momento, como si el director quisiera creerse más listo que los espectadores y tiene que darnos una explicación en cualquier circunstancia.
Un envoltorio que busca acogida en la felicidad de la irreverencia con la excusa del empoderamiento, quedándose en una acelerada serie de situaciones acartonados a la par que vergonzantes.