Una de las agradables sorpresas del año. A partir de un planteamiento original, la disección de la sociedad actual es impresionante. Aborda con inteligencia la paranoia del miedo permanente a lo desconocido, al fin de la vida que tan delicadamente hemos creado, la justicia bíblica más primitiva de unos individuos movidos por el odio y la visceralidad, llenos de prejuicios y de la soberbia que da el poder. Pasa con brillantez por la sociedad mexicana, haciendo una reflexión a la vez local y universal, reflejando con veracidad los mundos separados del opresor y el oprimido, donde el muro de la vergüenza representa no sólo la separación física sino emocional y cultural de un país a dos velocidades. Muestra la corrupción y la impotencia policial y ofrece un bello retrato de dos muchachos representantes de los dos mundos, unidos desde la generosidad consciente del niño bien, libre aún de odio y paranoia, y del pavor del niño pobre envuelto en una situación asfixiante en la que el poder ya ha dictado la sentencia.