Tenía muchas ganas de ver esta película después de la crítica que la precedía y del tema central de la película. Los amantes del arte moderno no tenemos muchas ocasiones de ver buenas películas con esta temática. Digamos que hay un personaje principal en la figura de un director de una galería de arte de Estocolmo. A partir de él se crean tres tramas que estructuran el film. Por un lado la polémica alrededor de la exposición de Lola Arias (artista argentina que ha demandado a Östlund por utilizar su nombre sin su permiso) -su espantoso video promocional enlaza con la importancia -y tiranía- de las redes sociales (tocando el tema de los límites de la libertad de expresión)-, por otro la desordenada vida personal del galerista -representada por la historia con la periodista de televisión que lo entrevista al comienzo, y por la presencia de sus dos hijas (a las que ve ocasionalmente)-, y por último la esperpéntica situación que vive a raíz del robo de su cartera en plena calle. Los tres hilos se entrecruzan consiguiendo que la película sea amena y divertida (estupendos diálogos, mejores interpretaciones). De fondo permanece en todo momento el arte moderno como un personaje más, más cuestionado que reivindicado según me parece -impresionante es la escena del hombre primitivo entre comensales de élite, si bien no está resuelta, como no lo está nada en toda la película (lo que veo más como un acierto que como defecto). En definitiva, a pesar de sus carencias (algunos discursos me parecieron infantiles -mendicidad vs. caridad; soltero de oro; la seducción del poder; arte moderno siempre es raro; los prejuicios son muy malos-; también se intentan abarcar demasiados puntos, resultando un cuadrado de demasiados lados), me gustó mucho la película (porque es entretenida, porque asume riesgos, por la temática, por los momentos cómicos -que los tiene (desde la ridiculez sobre todo)- y por la impresionante actuación de Claes Bang).