Una vez más Polanski retrata un mundo de sordidez y con poca esperanza de redención. El protagonista se enfrenta a esa sociedad corrupta sobreviviendo entre personajes abyectos y consciente de que todo el mundo miente o es capaz de hacerlo, pero con el empeño de quien cree que puede hallar algo de luz. Pero es Chinatown.

La historia que se cuenta es sencilla, pero está magistralmente narrada gracias a un guión redondo donde las piezas van encajando en medio de un ambiente inquietante en el que el espectador, identificándose con el protagonista, sabe que no puede fiarse de lo que ve. Todo se acentúa con un calor sofocante que traspasa la pantalla.

Jack Nicholson demuestra en esta película que es capaz de una gran interpretación sin necesidad de muecas exageradas, enarcamientos de cejas ni aspavientos. Hace su personaje creíble. Es duro, escéptico, honrado sin ser un santo. Sus compañeros de reparto también están más que correctos, aunque no destacan demasiado ya que la película es, esencialemente, Nicholson. Faye Dunaway no es actriz de mi devoción pero le da a su papel ese matiz turbio propio que le caracteriza.

Roman Polanski se mueve como nadie en estas atmósferas turbadoras, y con una historia tan sólo un poco más potente y algún secundario más carismático (en mi opinión, el personaje de Houston está desaprovechado), la película sería una obra maestra. Puede que no lo sea, pero se queda muy cerca de serlo.