Pese a sus tres horas, el visionado de esta película no se siente en ningún momento como algo de obligado esfuerzo, al contrario, su ritmo pausado pero muy bien estructurado te invita a no pestañear o perderte ni un solo fotograma, a revisar los diálogos y entender quién es quién (sobretodo en cuanto al tema de los nombres de los personajes). Para un melodrama de estas características; autoral, que se cuece a fuego lento, y con tintes de análisis social y político, es de admirar que al cabo de las 3 horas, tengas la sensación de haber estado frente a la pantalla toda una vida, y sin embargo, no sientas ninguna fatiga tras contemplar, lo que es para mí, uno de los mejores exponentes actuales del cine chino, que personalmente creo está viviendo su mejor época estos últimos años.

Por un lado es cine de corte clásico, pero por el otro tiene un estilo particular, como una especie de thriller-melodrama familiar, con un sutil trasfondo de crítica hacia la particular política de China en las pasadas décadas. Sus personajes se sienten cercanos, y los sentimientos que estos emanan a través de la pantalla te calan en los huesos, es irónico porque en la mayoría del largometraje da la sensación de ser totalmente lo contrario, hay muchos silencios y realmente sus personajes no expresan directamente las cosas que se quieren decir los unos a los otros, pero a base de mucha sutileza e insinuaciones el director nos da las pistas en los momentos adecuados para que uno, el espectador, entienda, y lo que es más importante; sienta, lo que sienten cada uno de sus personajes.

Una obra intimista, lenta (en el buen sentido de la palabra), con una banda sonora austera pero muy acertada y que te cala en lo más adentro en el momento adecuado. Sin duda una cinta necesaria para entender de cerca lo que supuso la revolución cultural en la República Popular de China para muchas familias, pero también para comprender mejor la identidad paternofilial.