Si te paras a pensar en la historia fríamente de "Camino a la libertad", resulta sobrecogedor lo que tuvieron que recorrer estos hombres para ser libres. Plasmarlo en pantalla durante más de dos horas es otro cantar. Peter Weir hace un buen trabajo pero no llega a aprovechar todo el potencial.

Los primeros minutos que recogen la vida en el gulag son de órdago, dejando al espectador con el corazón en un puño por la miseria que se vivía en los tiempos de la URSS. Poco después, sigues con la tensión de lo desconocido, del viaje que les queda por delante. Cuando lleva la mitad de película, toda la tensión ha desaparecido y llega algo de sopor.

El protagonista de la película termina siendo el viaje y el viaje no consigue ser suficientemente interesante como para eso. La gracia debería ser que los protagonistas fueran los personajes, el grupo de supervivientes. Sin embargo, nos encontramos con unos personajes bastante planos, de los que apenas conocemos su procedencia, algo de su familia (si tienen) y su profesión.

La fotografía también es excepcional, pero no me terminó de sorprender tanto como esperaba. El maquillaje se llevó el Oscar merecidamente, todo sea dicho.