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España España · Madrid
Voto de Moody:
5
Comedia. Fantástico Recién casados, Ted y Tami-Lynn quieren tener un bebé. Pero antes de ser padre, Ted tendrá que demostrar ante un tribunal de justicia que es una persona. Secuela de la exitosa "Ted" (2012). (FILMAFFINITY)
27 de septiembre de 2015
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“Ted” revolucionó las pantallas en el 2012. La idea era simple pero compleja a la vez. ¿Un oso de peluche que de repente cobra vida? Vaya chorrada, seguramente pensó más de uno. Sin embargo esa sencilla idea fue un gran éxito, con más de 550 millones de dólares recaudados y con un peluche hablando de todo lo que se le venía a la cabeza de manera soez. MacFarlane había acertado.

Y como consecuencia de este rotundo éxito, no podían productores y director dejar pasar la oportunidad de exprimir el argumento original creando esta segunda parte que, como suele rezar el dicho, nunca es buena. Bueno, no es que sea mala, pero teniendo en cuenta las expectativas creadas, resulta algo decepcionante. En general, el argumento tiene poco sentido, y después de tres o cuatro gracias (la del laboratorio es demasiado escatológica pero arranca las risas), todo resulta previsible y repetitivo, con Ted comportándose igual que en la primera entrega.

La película explota a Ted hablado tal y como se le ocurre con su amigo y ¿dueño? Wahlberg, que vuelve a ser el compañero de batalla cual niño de doce años cometiendo locuras y encerrado en un cuerpo de cuarenta. Mark no debe desarrollar su personaje porque la película no lo necesita, está bien como estaba y solamente debe dar réplica y seguir las bromas. Ahora Ted debe conseguir que se le considere una persona, y para eso Wahlberg puede ayudar. En esta entrega desaparece Kunis y la suple Seyfried, pero aunque nosotros nos demos cuenta, a la película también le da igual. Numerosos rostros conocidos pasan por la pantalla, entre ellos Leno, Neeson o Tom Brady, que se prestan a los chistes más desagradables e incómodos para formar parte del proyecto, suponemos que por amistad con su director. No son lo suficientemente potentes como para ser importantes y se quedan en anecdóticos.

Y poco más se puede sacar de esta innecesaria secuela en la que MacFarlane vierte sus ocurrencias según se le pasan por la cabeza, pensando que podrá vivir de las rentas obtenidas de “Ted”. Así que con no mucho esfuerzo aparente, recupera a su Teddy bear para que diga todo aquello que no se debe decir en pantalla, pero que en boca del peluche es relativamente tolerable. Todo tiene sentido, ¿verdad?.
Moody
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