Era lógico que una historia como ésta sería tratada por Hollywood más tarde o más temprano. La historia de un héroe para su país en plena guerra fría, ni más ni menos que contra los rusos, es perfecta para hacer un poco de patriotismo y resaltar las cualidades de su ciudadano.

Pero la película no se centra exclusivamente en la figura como tal, sino que se adentra en el aspecto psicológico y mental del personaje, algo mucho más profundo y controvertido que la simple competición. Tampoco es que Zwick arriesgue con su dirección, más bien rutinaria para una película que no se queda con la anécdota nunca y ahonda en este enfrentamiento como una lucha no sólo contra sus contrincantes rusos, sino contra sus propios miedos e inseguridades, por no decir contra su propia enfermedad. Los miedos de Fischer también son parte activa del juego y modifican los comportamientos de ambos haciendo que la película mantenga el interés al mostrar todas esas manías y absurdas peticiones de ambos protagonistas.

Todo aquel que busque un trasfondo político quedarán decepcionados porque “El caso Fischer” es una película de complejas personalidades que ven al contrario como el enemigo ablosuto, a veces pareciendo ajenos a lo que ocurre a su alrededor. Su enfrentamiento final es el núcleo de un film en el que los secundarios Stuhlbarg y Sarsgaard también tienen una importancia capital, y a su modo participan en las partidas.

“El caso Fischer” se vale de las completas actuaciones de Schreiber y sobre todo de un concentrado Maguire para narrar una historia que trascendió el deporte del ajedrez y sobre cuya memoria arroja algo de luz a un personaje cuyo oscuro final no tiene nada que ver con su virtuoso comienzo.