Un pequeño pueblo en esa américa profunda en la que cada vecino tiene una pick up es el marco que elige Van Sant para narrar una historia de mucha actualidad, en la que los negocios de las grandes empresas se topan con las decisiones éticas y morales.

Ese pequeño pueblo, con sus propias reglas y matices puramente locales, es el núcleo de una historia en la que el espectador deberá tomar partido para no quedar indiferente. Van Sant se encarga de mandar mensajes a lo largo de la película para meteros en el guión y que tomemos parte, pero lo hace de manera tangencial, sin adentrarse en los detalles más espinosos que de verdad importa. Porque una cosa es poner sobre la mesa un tema complicado y otra muy distinta mostrar una posición clara sobre el mismo.

Damon es un gran profesional que siempre se implica de lleno en lo que hace. Su interpretación de agente de una empresa de gas natural es enormemente convincente. La transformación del personaje durante la película es clara, debido en parte al guión pero también a la dedicación de Damon, que comienza por ser optimista y jovial para acabar siendo una persona llena de dudas que al no tener claro cómo aofrontar los hechos, tira por la calle del centro. Él es la historia y él tiene las respuesta.

Pero una buena película necesita de más personajes que den cuerpo a la historia, y es ahí donde se nota la gran labor que hacen McDormand o DeWitt. Ambas consiguen conectar con sus personajes y resultan creíbles y acertadas. Muy bien dirigidas, sobresale especialmente DeWitt destacando como hace últimamente en los papeles que hace (estupenda en la pequeña "El amigo de mi hermana").

En el mismo camino que ya marcaron "Erin Brockovich" o "Acción civil" de denuncia social, "Tierra prometida" aborda la un tema difícil pero lo hace desde la distancia, limitándose a exponer más que a convencer, y con un final tan utópico como irreal, en el que el protagonista entiende lo que realmente es importante. Eso sí, estas películas siempre son necesarias.