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Voto de antonalva:
6
Thriller. Comedia El detective Bruce Robertson (James McAvoy) es el detective de policía más maleducado, pervertido, misántropo y adicto a las drogas y al sexo de Edimburgo. A pesar de ello, Robertson quiere un ascenso. Claramente es la persona adecuada para el trabajo; el resto de sus colegas son idiotas. Desafortunadamente, ha habido un asesinato y el jefe de Bruce quiere resultados. No hay problema. Él está al mando y cuando resuelva el caso y consiga ... [+]
1 de noviembre de 2014
23 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un policía de Edimburgo. Nos hacemos una idea de cómo podría ser su vida. Pues no, tiren todas las imágenes preconcebidas a la basura y déjense arrastrar por un carácter que parece predestinado al libertinaje: sexo obsesivo, consumo de estupefacientes (cuantos más, mejor), abuso verbal y físico de las mujeres de su entorno, manipulación maniquea e interesada de sus conocidos, delirios de grandeza, obsesión por tenerla más grande que los demás (y que lo sepan) – aunque en realidad sea un impotente salvo en contadas ocasiones gracias a alguna parafilia de difícil manejo y descripción – obsesión delirante con la esposa que lo abandonó, fijación con un hermano al que no pudo salvar la vida…

El listado de traumas y ofuscaciones es casi ilimitado. Y ninguno corresponde a lo que asociaríamos con un policía equilibrado y razonable. No hay más que exageración y desquiciamiento en un proceder que no sabemos si tiene su origen en la ruptura de su matrimonio (probable), en un irresuelto trauma de infancia (tópico no descartable), una obsesión cainita por quedar por encima de los demás y que al verse frustrada desemboca en el consumo escapista de drogas por doquier para así hacer llevadero su calvario… Hay muchas alternativas pero todas apuntan en la misma dirección: una vida atrapada en un callejón sin salida.

El retrato de la demasía y el desenfreno es excelente, aunque quizás algo monocorde y sin matices, ya que en el espectador se produce casi el mismo embrutecimiento y embotamiento emocional que en su protagonista: hay tanto exceso que el siguiente chute corre casi el peligro de pasar desapercibido o ser una mera repetición de lo ya conocido, transitado, reconocible y pasado. Y ahí radica la cruz de la película. Hay una desmesura intrigante e interesante, pero que acaba cansando porque no va a ningún lugar ni parece proporcionar nada que no sea el trillado retrato de un infierno privado abocado a la autodestrucción más salvaje. Es demasiado determinista y sin matices, sobradamente previsible.

Por ello – y si bien la generosa y enloquecida interpretación de James McAvoy es un aliciente añadido para recomendar su visionado – el resultado acaba sabiendo a poco. Deja un regusto agridulce a que ha habido más palabrería verbenera que faena diestra, más espejismo y simulacro que consumación y remate, más deseo que realidad. Un interesante intento por explorar el exceso que acaba casi en insustancial gatillazo. Aunque el final, por una vez, sea espléndido.
antonalva
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