¿Podría ser The Leftovers la mejor serie jamás emitida? Puede que no, porque si algo hay últimamente, son series por doquier. Seguramente habrá alguna que otra joya que se nos haya escapado, o quién sabe si la mejor serie de la historia aún esté por rodarse...
Pero de momento, y de todo lo que quien escribe haya visto, la serie de Lindelof y Perrota estaría en la cúspide de lo mejor de lo mejor que se haya hecho en TV.

The Leftovers es de esas series que dejan mella. Es como la tormenta en la que una vez has entrado, ya no sales siendo la misma persona. Cuando terminas las tres temporadas, la sensación es que algo de tí ha cambiado. Ese algo tal vez sea tu criterio a la hora de valorar cualquier otro producto audiovisual con los mismos ojos.
Y es que está serie deja el listón muy alto, quizás demasiado. Es posible que no sea para todos, que se posicione sin más con un rara avis único y singular. Y ahí reside su encanto, su magia y su magnetismo. No puedes apartar la mirada, no puedes dejar de emocionarte con la música de Max Richter. No puedes dejar de ver a Kevin y Nora como parte de tu familia. No puedes dejar de lado el sentimiento de pérdida, de culpa y de vacío que impregna toda la trama.

Ciertamente no es un producto que sea disfrutable por el gran público. Y los responsables de haber dejado tamaña obra maestra como The Leftovers, tal vez la hayan hecho para almas atormentadas y vulnerables que aprecian más la contemplación de la psique y sus anexos, que el efectismo e inmediatez de la mayoría de las series actuales.