Pues porque en el momento en el que más dudaba de lo que estaba presenciando, por su exagerada pedancia, su snobismo afrancesado y sus incongruencias ideológicas, sin olvidar lo poco convincente de su casting, excepto el señor protagonista y la lentitud dramática generalizada, me sorprendió un momento conmovedor que me hizo emocionarme como el entrañable analfabeto que soy. Me refiero al momento en el que el protagonista recibe de su hija, el emotivo último mensaje desde un barco en altamar.
En estos tiempos que corren, puede parecer que hacer llorar es fácil, y tal vez yo no sea el juez de sensibilidad más severo pues por mis venas corre la sangre de un señor que gimotea cada navidad con el anuncio de 'El Almendro' pero, también es cierto que esta crisis económica concurre en otra, no menos acusada, de sensaciones, de sobresaltos, de reacciones profundas, una crisis de pasión. De ahí que mi puntuación dé un salto de alegría. Es el merecido premio con que correspondo el sobresalto emocional que me produjo esa bucólica escena de la chica que lamenta en su camino lejano la pérdida del padre sin entrar, cuando ya no queda tiempo, a valorar las causas de la distancia.