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Voto de Baile de San Vito:
8
Comedia. Drama Christian, mánager de un museo de arte contemporáneo, se encarga de una exhibición titulada "The Square" en la que hay una instalación que fomenta valores humanos y altruistas. Un día le roban el móvil y la cartera en plena calle, incidente que causará más consecuencias de las esperadas.
30 de mayo de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Square: el cuadrado. Un espacio seguro en el que uno puede vivir al abrigo del caos que le rodea por todos lados, como un círculo en expansión. El cuadrado: un ámbito de control, de refugio. Una placenta. Una quimera. Una patraña.

La sociedad occidental vive en esa quimera: es esa quimera. La de que, mediante las instituciones (formales e informales), podemos escapar al estado de naturaleza para acceder a otro perfectamente convencional y, en cuanto tal, previsible. Sin embargo, basta con que un pequeño incidente impacte contra la vitrina tras la cual nos hemos encerrado -esa jaula de hierro de la que hablaba Max Weber- para que se agriete nuestro muro defensivo y se desencadene toda la furia que rugía en el exterior, y de la cual apenas nos llegaban remotos ecos en forma de catástrofes naturales u ocasionales desgracias íntimas, siempre accidentales, inesenciales. El (aparente) robo del móvil, la cartera y los gemelos que sufre el protagonista de The Square al principio de la película es ese pequeño incidente, el cual me ha hecho recordar el atropello del ciclista en la película de Bardem: una vez activada la espoleta, se sucede una espiral de hechos que arrastran a quien no es capaz de poner pie en pared ante el avance de la devastación.

Christian no es capaz. Paradigma del hombre voluble, desde el primer fotograma le conocemos tal y como es: una persona sin carácter, al albur de sus propios miedos y deseos, desbordado por todos lados, sin norte, sin criterio... La perplejidad en el rostro de su hija menor, en la escena que cierra la película, refleja a la perfección nuestro estupor ante tanta carencia. "No voy a acostarme con ella", se dice el protagonista justo unos minutos antes de aparecer haciéndolo. "Hay que defender la libertad de expresión hasta las últimas consecuencias", afirma ante la directora del museo, para acto seguido plegarse a sus exigencias y asumir la responsabilidad de una decisión que él no ha tomado... Y así, todo, componiendo una fábula moral acerca de la importancia de conocer lo que somos y lo que hacemos para estar a la altura de los acontecimientos... cosa que Christian, si lo hace, es de manera formularia -ante la pantalla de un móvil, grabando un vídeo de autodisculpa- o finalmente estéril: no, no será perdonado, porque el mal ya está hecho y nunca la herida se podrá suturar.

Más allá de otras cuestiones temáticas, en las cuales me da pereza perderme porque son numerosísimas, me gustaría destacar la eficacia de la puesta en escena de Ruben Östlund. No deja margen para la improvisación, para la desidia o para la rutina. Siempre se plantea el plano desde la ambición, para nada gratuita. Algunos ejemplos: los de la escalera del edificio del extrarradio, magníficos en su variedad y significación; el del ayudante dentro del coche aparcado, mientras Christian introduce los papeles en los buzones, prodigio de evocaciones fantasmales; el del basurero bajo la lluvia, con esas gotas confluyendo en punta contra el protagonista... No hay concesiones en esta película. Porque no debe haberlas en el arte, si quiere merecer el calificativo de tal.
Baile de San Vito
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