Desde luego muy pocos ponen en duda que el mejor director que supo interpretar el Oeste y las mil y una gestas e infamias que allí acontecieron es el gran John Ford. Con sus héroes estereotipados, con los orgullosos oficiales, con los suboficiales cumpliendo las órdenes de sus superiores sin pestañear a pesar de considerarlas injustas o absurdas, con los guiños al whisky y a los alcohólicos soldados que poco más que el uniforme tenían, con la familia y las mujeres que seguían a sus maridos hasta los lugares más inhóspitos, con el amor que surge en cualquier parte, hasta en los lugares más desolados, y sobre todo, con reconocer a la población indígena de los Estados Unidos y a sus jefes tribales la sabiduría heredada de sus ancestros y de su vida en la naturaleza, el liderazgo de los ancianos y de sus costumbres, el orgullo y la osadía de defender a sus pueblos con sus escasos medios contra el invasor blanco que ocupaba sus tierras sin ofrecer nada a cambio, y el genocidio de un pueblo autóctono por la corrupción y el afán de poder, unido al egoísmo de unos pocos.

Quizás el personaje del coronel degradado interpretado por Henry Fonda, el que antepone su orgullo, su ambición y sus galones por encima de todo, resultando antipático, soberbio y estúpido a la vez dentro de su gallardía y valentía, y el desprecio por la cultura indígena y sus jefes que hicieron los sucesivos primeros presidentes estadounidenses esté perfectamente reflejado a modo de denuncia impostada, así como la creación de héroes que nunca debieron serlo por el silencio de los que pudieron constatar su ignominia, en el papel del capitán interpretado por John Wayne que aún conociendo de primera mano lo ocurrido lo oculta a los medios de comunicación y a la nación en general necesitada de héroes aunque fueran falsos, es la denuncia de ese genio de la dirección que fuera el inmortal John Ford.

Las obras de arte sólo pueden tener una valoración, matrícula de honor, 10.