"Yu-Gi-Oh!" es el último engendro infantil en llegar de tierras niponas (no conozco otro salvo la inefable saga "Pokemon").

La historia es típica: sale el manga, posteriormente un anime en forma de serie, el juego de cartas y finalmente la película. Vamos, la estrategia típica de marketing y de consumo que ya conocemos vía Pikachu. Esa criatura a la que me gustaría retorcer el cuello. Con guantes de goma por supuesto.

Creo que funcionó bastante bien en el box office sin llegar al brutal éxito que tuvo la primera peli de la saga "Porremon".
También estuvo acompañada de pésimas críticas y no es extraño encontrársela en la lista de peores películas de la historia en páginas web donde vota el público.
Pero en España somos generosos. Y es que la época dorada del cine español, el destape, nos regalo innumerables joyas que hacen que veamos con muy buenos ojos a esta clase de bodrietes.

Como uno ya está curado de espanto y hay que ver de todo, me dispuse a ver el engendro sin demasiadas expectativas. Mejor dicho, ninguna expectativa.

Y desde luego estos japonenses se lo curran. "Yu-Gi-Oh!" está repleta de un arsenal de gilipolleces, estúpidas y repetitivas poses frikis y un argumento sacado de una sesión de cartas del tarot. Calificarla de subproducto sería hacerla un favor.

Aunque más que currárselo lo que tienen es mucho morro. "Yu-Gi-Oh!" no es más que un episodio doble para sacar la pasta a los padres cuyos niños están enamorados del pelo empitonado del prota y a los cuatro frikis que han disfrutado del juego de cartas, han leído el manga o se han comprado el accesorio que se coloca en brazo dispuestos a arrasar el mundo. ¡Qué mega guay es ser friki!

Para el resto de mortales "Yu-Gi-Oh!" no es más que un bodrio que hace buenas a las peores de la Disney y compañía.
Si su hijo le pide verla llévele a un psicólogo para evitar el derroche que le va a provocar la criatura (cartas, disfraz y demás accesorios). Créame, le saldrá más barato.

Que ustedes y sus peores enemigos la disfruten.