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Sudán Sudán · Me la
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8
Comedia Rupert Pupkin es un cómico obsesionado con la fama y convertirse en el mejor en su campo. Un día Rupert conoce a su ídolo, Jerry Langford, y le suplica la oportunidad de aparecer en su show, pero éste se la niega. Sin embargo Pupkin no cejará en su empeño, acosando a Jerry para intentar poder conseguir sus propósitos y, con ayuda de su amiga Masha, usará un método contundente para poder obtener sus minutos de celebridad. (FILMAFFINITY)
2 de febrero de 2011
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Buenas noches damas y caballeros. Me volveré a presentar: me llamo Rupert Pupkin. Nací en Clifton, Nueva Jersey... algo que hasta que yo nací no era un delito. Hay aquí alguien de Clifton? Bien, entonces estamos a salvo.

Bueno, empezaré por contarles que mis padres eran tan pobres que no pudieron darme una infancia. Aunque la verdad es que nadie puede permitirse el lujo de ser demasiado pobre en Clifton, porque cuando desciendes a cierto nivel te mandan a otro Estado. Eso sí, mis padres pagaron las primeras letras de mi infancia, a la fuerza ahorcan, pero me devolvieron a la clínica por defectuoso.

Como todo el mundo fui creciendo, en parte gracias a mi madre. Si ella se encontrase aquí ahora le diría: "Eh mamá, qué haces en la tele? llevas muerta 9 años!" No, en serio, ojalá la hubieran conocido, era maravillosa: rubia, guapa, inteligente... alcohólica. A veces nos tomábamos un vaso de leche juntos: la mía desnatada, la suya con vodka. Una vez la multaron por exceso de velocidad. Iba a 50 por hora. No es mucho... pero dentro del garaje? Le hicieron unos análisis, y su alcohol contenía un 2% de sangre.

Recuerdo que mi madre y yo lo pasábamos muy bien, pero la emoción siempre hacía que acabase igual: vomitando. Si, y quién lo limpiaba? Papá no. Él estaba ocupado en el bar vomitando lo suyo. Y hasta los 16 años creía que para hacerme más hombre tenía que vomitar. Mientras los otros chicos se dedicaban a fumar cigarrillos, yo me escondía detrás de casa y me metía los dedos en la garganta. Pero lo malo es que nunca conseguía mi propósito. Hasta que un día mi padre me pill. Cuando estaba dándome la última patada en la boca del estómago, sucedió: conseguí vomitar sobre sus zapatos. "Ya está", pensé, "lo conseguí, por fin soy un hombre!"
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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