En mayo de 1940, tras los primeros compases de la segunda guerra mundial, se produce la desbandada de Dunquerque y los ingleses se enfrentan al peor momento de la guerra cuando los alemanes ocupan Francia e inician la batalla de Inglaterra. La película es una meticulosa y fidedigna reconstrucción –uno de los 4 directores artísticos empleados en esta producción es el mítico Gil Parrondo- de la preparación de la defensa del país frente a los sucesivos ataques nazis y el heroísmo de los pilotos de la RAF, desde las primeras incursiones hasta la principal ofensiva alemana de septiembre de 1940.

Es cierto que la encomiable claridad de la exposición narrativa se ve lastrada por la sosería estilística de Hamilton –mucho más brillante como director en otras ocasiones- tal vez aplastado por un reparto lleno de figurones –práctica habitual en el hipertrofiado cine bélico de los 70- algunas de las cuales, sin embargo, sólo tienen unas líneas de diálogo.

El despliegue de chatarra de la segunda guerra mundial es apabullante y la reconstrucción de la mítica batalla es verdaderamente admirable. Por la pantalla desfilan con loable pedagogía –a veces parece un curso acelerado de aeronáutica de la segunda guerra mundial- Heinkels, Stukas, Messerschmidts y, por supuesto los Spitfire que, de hecho, acaban por convertirse en los verdaderos protagonistas, en unas escenas bélicas simplemente buenas aunque algo alicortas.

Poco, sin embargo, se puede destacar fuera de los hechos históricos en sí. No está rodada con gran genio pero si con enorme fidelidad. La mejor escena de todas, sin duda, es la escena de la batalla en la que se utiliza parte de la partitura que había creado William Walton –“The battle in the air”- y que miopemente despreciaron los productores para dársela a un mucho más convencional Roy Godwin.

Correcta sin alcanzar el nivel de otras de sus cintas bélicas