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España España · Oviedo
Voto de Gould:
8
Drama Nana (Anna Karina) es una joven veinteañera de provincias que abandona a su marido y a su hijo para intentar iniciar una carrera como actriz en París. Sin dinero, para financiar su nueva vida comienza a trabajar en una tienda de discos en la que no gana mucho dinero. Al no poder pagar el alquiler, su casera la echa de casa, motivo por el que Nana decide ejercer la prostitución. (FILMAFFINITY)
12 de octubre de 2016
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su tercer largometraje Godard rueda de un modo mucho más depurado que en sus dos primeras producciones, con una excelente fotografía de Raoul Coutard, disfrazándose en esta ocasión de Dreyer o, más aún, de Bresson, dejando un poco de lado sus excentricidades con el lenguaje cinematográfico. Godard no abandona los estilemas gramaticales y virguerías de su primera etapa pero parece ahora preocuparse más por el argumento, construyendo un ascético retrato, en blanco y negro, veraz y atrevido, triste y existencialista, de esta muchacha que abandona a su novio en la primera escena –con los personajes de espaldas en todo momento- busca trabajo en el cine y deambula por las calles de Paris tratando de encontrar un sentido para su vacía vida para terminar dedicándose a la prostitución. Anna Karina, protagonista absoluta de esta película dividida en doce escenas o capítulos, da vida en un excelente trabajo a Nana, en una suerte de lejano trasunto de la novela de Emile Zola, totalmente inspirada por el trabajo de Maria Falconetti en “La pasión de Juana de Arco” (1928) de C.T.Dreyer con la que se identifica física y espiritualmente. Godard es expresivo pero distante –o distante pero expresivo-, mantiene su ruptura del clásico plano-contraplano, muestra escenas donde no se ve a los personajes sino sus nucas y espaldas –tan denotativas para la vanguardia rusa- y hace que personajes y acciones se mantengan fuera de campo, todo ello con un uso muy expresivo de la música magnífica de Michel Legrand y aún más de los silencios, todo al servicio de este recorrido cartesiano de la sombra de Nana Kleinfrankenheim. Muy buena.

“No sé qué decir. Me sucede a menudo. ¿Por qué hay que hablar siempre?”
Gould
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