“Creo que el mundo de hoy necesita más preguntas que respuestas. Las respuestas te impiden dudar, te impiden pensar”.

Una joven pareja, alegre, sonriente y enamorada, va en una moto y el chador se engancha en la rueda lo que les hace caer sin consecuencias. Esta escena inicial simboliza el argumento de este drama familiar. Ella, Roohi será contratada temporalmente para limpiar una casa donde descubre que la pareja se lleva mal debido a la sospecha de la esposa sobre la infidelidad de su marido.

Farhadi cruza dos vidas, dos mundos diferentes, y nos propone una nueva incursión en el complejo universo de la pareja, contrastando la vida de una que comienza a construir su futuro frente a otra en proceso de crisis y en la que se centra casi exclusivamente la película. Roohi es el testigo privilegiado de esta suerte de penetrante análisis del amor en el Irán contemporáneo y la película nos permite acompañarla en su quehacer diario para ser espectadores de este intenso y sin embargo cotidiano, costumbrista drama, apoyado, como siempre, en un extraordinario trabajo de actores –una de las marcas de la casa del director iraní- sin excluir una velada, pero patente crítica a la moralidad hipócrita reinante.

Farhadi –y ese es una de sus múltiples y admirables talentos- mantiene en todo momento la ambigüedad y el misterio hacia el posible adulterio del hombre, en una perfecta progresión dramática, de enorme sentido teatral, en el que su habitual cámara testigo, inquisidora y finalmente catárquica, llena de tensión los recovecos de esta gran película.