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España España · Oviedo
Voto de Gould:
10
Romance. Drama Un elegante play boy y una bella cantante de un club nocturno se conocen a bordo de un transatlántico, gracias a la invitación de otras dos personas. Ella es la amante de un magnate y él está comprometido con una rica heredera. Entre ellos surge un apasionante romance que los llevará a la siguiente promesa: romper con sus compromisos actuales, buscar trabajo y encontrarse a los seis meses, para continuar su vida juntos. Pero un trágico ... [+]
12 de octubre de 2016
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es comprensible el éxito de esta modesta, sencilla, breve y tierna producción de 1939, que esconde mucho más de lo que aparenta y se convertirá en uno de los inatacables clásicos por excelencia de la historia del cine romántico. Es tan evidente que una de las mayores virtudes de la película se encuentra –además de en el soberbio guion del futuro director Delmer Daves, la fotografía del también director Rudolph Maté o la entrañable música de Roy Webb- en las prodigiosas interpretaciones de la pareja protagonista, Charles Boyer e Irenne Dunne, en la que fue la segunda de sus tres películas juntos –“When tomorrow comes” (1939, Huracán) de John M. Stahl es una magnífica película-. Es una actuación natural, madura, tiernamente irónica, depuradísima, con unos actores en un estado de gracia tal que sigue funcionando a la perfección aún después de tantos años. Pero hay mucho más. Cuando hablamos de directores como Leo McCarey o como Henry King nunca conviene olvidar sus profundas convicciones religiosas católicas y su visión del amor romántico con una concepción casi mística –la escena de la capilla en la casa de la abuela en Madeira es bastante clara al respecto- en el que el amor terrenal, como el místico, debe trascender a la propia vida. Las canciones no hacen sino reforzar esa visión y matizar esa expresión de pureza que hacen abandonar a Boyer su antigua vida de conquistador. Pero McCarey demuestra igualmente grandes virtudes técnicas y expresivas como director, con una intuición y sensibilidad de gran cineasta, con sutiles sugerencias y soluciones visuales extraordinarias: el piano cerrado como símbolo de la muerte, la cámara que se eleva hacia el Empire State, dejando de lado elegantemente el accidente de la protagonista, o la melancólica escena -que hubiese podido rodar Ozu- en la que Boyer recorre, nostálgico, las estancias vacías de la casa de la abuela ausente, por no hablar de uno de los finales más sutilmente bellos y emocionantes de toda la historia del cine. Obra maestra absoluta.
Gould
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